El Islam y la Poligamia
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)

El Islam y la Poligamia

Es común en occidente afrontar al orador que habla sobre el Islam, con la siguiente pregunta: ¿Permite el Islam casarse cuatro veces y mantener cuatro mujeres simultáneamente? Poseo una larga experiencia como orador y me he dirigido tanto al público en general, como en encuentros selectos con intelectuales en el mundo occidental, y apenas recuerdo una ocasión en que no me fuera formulada esta pregunta.

A menudo es una dama la que se levanta y, tras las debidas disculpas, pregunta inocentemente si es cierto que el Islam permite tener cuatro mujeres, o no. Obviamente, todos conocen la respuesta. Sin embargo, quizá este es el único aspecto del Islam que es tan ampliamente conocido en occidente. El otro aspecto de sobra conocido es el del terrorismo, cuando el terrorismo nada tiene que ver con el Islam (ver “Asesinato en el nombre de Al-lah” del mismo autor).

¿Qué tipo de igualdad entre el hombre y la mujer propone el Islam, cuando al hombre se le permite tener cuatro mujeres y la mujer sólo puede tener un único marido?. Es la misma cuestión formulada de otra manera con el propósito, a mi entender, de borrar cualquier buena impresión sobre el Islam que el orador hubiera podido crear. En reuniones menos formales, donde no se respetan la educación y modos cortéses, la misma pregunta adquiere tono de burla en vez de una simple cuestión.

Hace varias décadas, cuando estudiaba en el SOAS (School of Oriental and African Studies) de la Universidad de Londres, un alumno pakistaní era acosado en público por un compañero inglés con la misma cuestión, de forma repetida, con el ánimo de provocar la risa. En un momento dado, el pakistaní se volvió e inquirió al joven inglés: ¿Por qué os oponéis que tengamos cuatro madres y no ponéis objeción en tener vosotros cuatro padres? (Utilizando el juego de palabras inglesas “forefathers” -antepasados- por “four fathers” -cuatro padres- que se pronuncian de manera similar), tomándole el pelo al bromista.

Aparentemente, era una broma, pero si lo examináis de cerca, veréis que se trata de algo más que una broma, porque se refiere a una situación trágica que impera en las sociedades y que ofrece un caso adecuado para comparar la actitud del Islam con la de la sociedad moderna. No se trata sólo de un asunto de asambleas de alumnos despreocupados sino que incluso los miembros respetables de la sociedad de mente seria no consideran poco amable y descortés expresar su desaprobación respecto a esta prescripción con un chiste.

Hace no mucho tiempo, recibí una carta de un alto magistrado de Frankfurt a quien conozco personalmente y sé que se trata de una persona sabia, de mentalidad abierta, cortés y bien educado. El también objetó la disposición islámica sobre la poligamia limitada y no pudo resistirse a la tentación de rematar su idea con un chiste ordinario, o al menos así lo pensé. Durante un momento fugaz consideré devolverle el cumplido del chiste con el que referí antes sobre los “forefathers”, pero decidí mantener la discreción.

Le respondí brevemente que, en primer lugar, esta disposición islámica de casarse en más de una vez no es un precepto general, sino que existen situaciones concretas en las que se hace necesario preservar, por una parte, la salud de la sociedad y, por otra, los derechos de la mujer, en las que esta disposición se hace aplicable.

El Santo Corán es un libro lógico. Como tal, no puede haber instruido a los musulmanes a conseguir lo imposible. Dios ha creado a los hombres y a las mujeres en número prácticamente igual, con pequeñas diferencias aquí y allá. ¿Cómo podría una religión racional como el Islam, que repite insistentemente que no hay inconsistencia entre la Palabra y la Obra de Dios, predicar algo tan evidentemente antinatural e irreal, que, de ponerse en práctica, crearía graves situaciones de desequilibrio y dificultades y frustraciones insuperables? Imagínense un pequeño país que tuviera un millón de hombres en edad de casarse y prácticamente el mismo número de mujeres. Si se llevara a cabo esta disposición al pie de la letra por parte de todos, entonces, en el mejor de los casos 250.000 hombres se casarían con el millón de mujeres quedando 750.000 hombres sin esposa.

Sin embargo, de entre todas las religiones del mundo, el Islam destaca en su insistencia en el matrimonio de todo hombre y mujer. El Santo Corán describe que la relación entre marido y esposa se basa por naturaleza en el amor y les proporciona una fuente de paz a los dos.

“Y os están permitidas las mujeres creyentes castas y las mujeres castas de los que recibieron el Libro antes que vosotros, si les entregáis sus dotes, contrayendo matrimonio válido, no cometiendo fornicación ni teniendo amantes secretos…” (C. 5: Al-Maida: 6)

Al mismo tiempo, el Santo Corán rechaza el celibato declarando que se trata de una institución creada por el hombre (C. 57:28). No hay nada que ganar por vivir apartado del resto del mundo o por castigarse privándose de los deseos naturales. La institución del matrimonio se haya bien definida en el Islam, si bien el tiempo que dispongo no me permite apartarme y discutir los diversos requerimientos de elección de cónyuges, los remedios disponibles y la regulación del divorcio etc.

Volviendo a la poligamia, es evidente, del estudio del Santo Corán que discute el tema de la poligamia, que lo aborda en el contexto de una situación especial: en el período posbélico. Se trata de un período en el que la sociedad queda con un gran número de huérfanos y viudas jóvenes y el balance entre la población masculina y femenina se ve gravemente alterado. Una situación de este tipo tuvo lugar en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Al no ser el Islam la religión mayoritaria de Alemania, hizo que este país se quedara sin soluciones para resolver el problema. La enseñanzas estrictamente monógamas de la cristiandad no pudieron ofrecer ningún alivio. Por consiguiente, la gente de Alemania hubo de sufrir la consecuencia de estos desequilibrios. Quedaron un gran número de mujeres vírgenes, solteras desanimadas y jóvenes viudas para quienes fue imposible contraer matrimonio.

Alemania no ha sido el único país en el vasto continente europeo que ha experimentado tales problemas sociales de proporciones gigantescas y extremadamente peligrosas. Se trataba de un desafío demasiado importante para la sociedad occidental de después de la guerra, detener la marea y controlar la degradación moral creciente y la promiscuidad que de forma tan natural y exuberante creció sobre estos desequilibrios imperantes.

Como puede verse claramente por toda persona sin prejuicios, la única respuesta a tales problemáticas alteraciones, es permitir que los hombres se casen más de una vez. Esto no se propone como solución para saciar sus deseos sensuales sino como respuesta a exigencias genuinas de un gran número de mujeres. Si esta solución lógica y realista es rechazada, la única alternativa que le queda a la sociedad es degenerar rápidamente hacia una posición crecientemente corrupta y permisiva.

Por cierto que esta es la opción que parece haber elegido occidente.

Si re-examináis con mayor realismo y sin emociones las dos actitudes, no podréis dejar de daros cuenta de que no es una cuestión de igualdad entre el hombre y la mujer sino simplemente una elección entre la responsabilidad y la irresponsabilidad.

El Islam sólo permite casarse más de una vez con la condición de que el hombre acepte el reto de tal dificultad y de todas las situaciones específicas con total responsabilidad y compartiéndola con plena justicia e igualdad con la segunda, tercera o cuarta esposa.

Si teméis no poder mantener la equidad con los huérfanos, entonces casaros con otras mujeres que estén de acuerdo, dos, tres o cuatro; pero si teméis no poder mantener la equidad y la igualdad entre ellas, entonces casaros sólo con una, o con aquellas sobre las que poseéis autoridad. Este es el camino más seguro para que evitéis la injusticia. (C.4: Al-Nisa: 4)

La alternativa es más peligrosa. Un número excesivo de mujeres dejadas sin marido no pueden ser culpabilizadas por intentar seducir y atraer a hombres casados en sociedades que no son profundamente religiosas. Las mujeres, obviamente, son seres humanos y poseen emociones y deseos insatisfe­chos. Mientras que los traumas psicológicos de la guerra aumentan la necesidad de encontrar a alguien a quien dirigirse, una vida sin la seguridad del matrimonio y del hogar, sin pareja en la vida, ni esperanza de hijos, es una vida vacía. El futuro es tan negro y poco prometedor como el presente.

Si a tales mujeres no se les complace de forma lícita y se les asimila bajo el principio de hacer concesiones mutuas, se pueden producir estragos en la paz de la sociedad. De cualquier manera, compartirían ilícitamente los maridos de las mujeres casadas. El resultado sería absurdo. Las lealtades se escindirían. Las mujeres comenzarían a perder confianza en sus maridos. Las sospechas aumentarían. La creciente falta de confianza mutua entre marido y mujer destruiría los cimientos de muchos hogares. A los hombres infieles, convivir con el sentimiento del delito y culpa les originaría complejos psicológicos y la propensión a nuevos delitos. El noble concepto del amor y la lealtad serían las primeras víctimas. Lo romántico perdería sublimidad y descendería a lo común, el enamoramiento transitorio.

Quienes hablan de la igualdad en todas las esferas, olvidan que el asunto de la igualdad se vuelve irrelevante en aquellos terrenos donde el hombre y la mujer están constituidos de manera diferente.

Sólo las mujeres pueden dar a luz a los hijos. Sólo ellas pueden pasar nueve meses nutriendo la semilla de la generación humana futura. También son sólo las mujeres las que pueden cuidar de sus pequeños, al menos durante el primer período de la infancia y la niñez, como ningún hombre sería capaz. Debido a la larga relación íntima, de sangre, con su descendencia, es la mujer la que tiene un vínculo psicológico más estrecho con sus hijos en comparación con el hombre.

Si los sistemas sociales y económicos ignoran esta diferencia constitucional entre hombre y mujer y su diferencia correspondiente en el papel de los dos sexos en la sociedad, entonces, dicho sistema está destinado al fracaso en su intento de crear un estado de sano equilibrio. Es principal­mente por estas diferencias constitucionales entre el varón y la mujer por lo que el Islam propone, en correspondencia, roles diferentes para ambos.

La mujer debe permanecer libre, en la medida de lo posible, de la responsabilidad de ganar el pan para la familia. Esta responsabilidad, en principio, ha de recaer sobre los hombros del varón. No obstante, no hay razón por la que a las mujeres se les excluya de poner su parte en los asuntos económicos, siempre que tengan libertad para hacerlo sin descuidar su responsabilidad primaria en la reproducción humana, el cuidado familiar y otros compromisos concomitantes. Esto es exactamente lo que el Islam propone.

Asimismo, la mujer en general, tiene una constitución más frágil y débil. Sorprendentemente, por contra, ha sido dotada por Dios de mayor capacidad de resistencia psíquica. Estos atributos se deben, sobre todo, a la presencia de medio cromosoma extra en sus células, responsable de la diferencia existente entre hombre y mujer. Obviamente, esto les ha sido proporcionado para afrontar el reto extraordinario del embarazo, el parto y la lactancia. Así y todo, esta capacidad no hace que externamente las mujeres sean más fuertes o más resistentes. No deben ser relegadas a duras tareas domésticas o de otro tipo en el nombre de la igualdad o de cualquier otro lema. Es preciso, también que sean tratadas con mayor delicadeza y amabilidad. Las mujeres han de soportar una carga cotidiana menor y no forzadas a cargar con el mismo peso que los hombres en las actividades públicas.

Se deduce de lo anteriormente expuesto, que si la tarea de dirigir un hogar constituye un área de responsabilidad especial que ha de ser asignado o bien al hombre o bien a la mujer, es obvio que la mujer tiene mucha más valía que el hombre para desempeñar tal responsabilidad. Además, la mujer, por naturaleza, tiene asignado el deber de cuidar de los hijos. Este deber, sólo parcialmente puede ser compartido por los hombres.

Las mujeres deben poseer el derecho a permanecer en casa mucho más tiempo que los hombres; y si, al mismo tiempo, se les absuelve de la responsabi­lidad de ganar su sustento, el tiempo libre que disponen lo pueden utilizar en provecho propio o en el de la sociedad en su conjunto. Así es como surge el concepto de “El lugar de la mujer es la casa”. No se trata de que estén atadas a sus delantales, ni encarceladas en las cuatro paredes de su hogar. De ninguna manera el Islam infringe los derechos de las mujeres impidiéndo­les que salgan en su tiempo libre para realizar cualquier tarea, o para participar en cualquier propósito sano que deseen, siempre que, de nuevo, no perjudiquen los intereses y derechos de la futura generación de la humanidad que se les ha confiado. Esto, entre otras razones, es por lo que el Islam desalienta la libre mezcla de sexos o el exceso de vida social. Para el Islam, proponer que el hogar sea el centro de las actividades de la mujer es una solución sabia y práctica aplicable a la mayor parte de los males de los tiempos modernos. Cuando las mujeres trasladan sus intereses fuera del hogar ello es a costa de la vida familiar y la desatención de los hijos.

Construir una vida familiar alrededor de la figura central de la madre, exige el fortalecimiento de otros vínculos de sangre y el restablecimiento de una afinidad auténtica entre parientes y amigos. Aunque cada unidad viva separadamente, este concepto amplio de familia es apoyado y promovido por el Islam por varias razones, algunas de las cuales son las siguientes:

1. Previene los desequilibrios sociales.

2. Si se promoviera un cariño y afecto familiar intenso entre hermanos y hermanas, padres e hijas, madres e hijos etc., ello redundaría, naturalmen­te, en la consolidación y protección de una unidad familiar sana. Este vínculo natural se vería fortalecido por un sistema de relaciones circundantes, mediante la afinidad y cercanía genuina entre tías, tíos, sobrinas, sobrinos, primos, nietos y abuelos. Nuevos caminos de búsqueda de bienestar sano, derivado de la conciencia de pertenecer a este grupo, se abrirían para este sistema familiar más amplio.

3. La institución familiar en tales casos es más difícil que se fragmente. Compartir el mismo techo en el nombre de la familia, dejaría de tener sentido como ocurre, en general, hoy día. Los miembros de la familia continuarían gravitando alrededor de la guía central de los mayores del grupo; la mayor parte de las actividades familiares girarían en torno a este eje. No existirían individuos solitarios, olvidados, abatidos y relegados al ático o a los sótanos del orden social, o arrojados de las familias como artículos inútiles.

Este es exactamente el concepto islámico del hogar y la familia que es considerada como la unidad central más importante de la sociedad. Es, sobre todo, a causa de esta diferencia en las actitudes por lo que hoy encontramos en las sociedades modernas del mundo, una incidencia muy elevada de padres abandonados, viejos o minusválidos, a los que se considera una carga familiar.

 

Imagen: cortesía de Nic TaylorLicencia Creative Commons

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