Mi camino del seminario cristiano hacia el islam
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)

Mi camino del seminario cristiano hacia el islam

Por Juan Francisco Iaconis, Argentina

Mi acercamiento a Dios empieza en una parroquia en las afueras de la ciudad de La Plata (Argentina), cuando tenía doce años. Desde muy joven, estuve enfocado en encontrar a Dios y busqué la trascendencia en la vida cotidiana, porque consideraba la vida sin fe una vida inhumana.  A los 17 años decido a entrar al seminario porque vi en la figura sacerdotal el camino hacia Dios. En los dos primeros años de mi formación como seminarista estaba muy comprometido con la fe y mis estudios.

Estudié hebreo y arameo, apuntando a un estudio profundo de la Biblia. Ahí descubrí que la Palabra de Dios es, en realidad, una traducción de otra traducción y eso me llenó de dudas y planteos. Me encontré cosas que me hacían ruido sobre la composición bíblica:

Me di cuenta de que el mismo libro sagrado tiene versiones en diferentes idiomas, escritos en diferentes momentos y que el texto original no existe realmente. La composición bíblica es el resultado de muchos años y de muchas personas. No importa de qué libro bíblico se refiere siempre será de una traducción.

Los otros dos años de seminario siguientes no fueron tan dorados, fueron un poco más caóticos en mi vida personal y espiritual. Perdí la motivación porque mis dudas sobre la fe cristiana no podían ser saciadas:

Me parecía abrumador que mi purificación y progreso espiritual dependa exclusivamente de un tercero. Me parecía contradictorio decir un sólo Dios y luego hablar de personas divinas de la Trinidad. La adoración de otros seres que no sean Dios, entre otros planteos.

Luego en el último año en que estuve en el seminario, ya estaba totalmente desmotivado y como consecuencia las notas no eran buenas.

Con la excusa de que “no tenía vocación” me dicen que me vaya, me echaron en pocas palabras. Fue durísimo, me sentí humillado y despreciado.

Este versículo me inspiró y me concedió nueva fuerza en mi búsqueda espiritual.  

Unos años después, mi vida tomó un nuevo rumbo: Conocí a una mujer brillante (que es ahora mi esposa) y empecé a trabajar en La Plata como panadero. No obstante, a lo personal yo seguía con mi búsqueda de Dios. En los viajes entre mi casa y mi trabajo aprovechaba para estudiar todo lo que era la palabra de Dios o bien, afirmara serlo: Tenía la torá en hebreo, la Biblia en griego, tenía la vulgata, también el Corán y diferentes textos budistas.  Un día sin quererlo abro el Corán y leo:  “no te hemos revelado el Corán para que mueras”. Ahí razono que Dios no revela para que muramos sino para que vivamos. Este versículo me inspiró y me concedió nueva fuerza en mi búsqueda espiritual.

Durante los siguientes meses leí con mucha intención científica al Corán y no encontraba nada raro hasta los textos con partes más duras tenían un sentido. Cuando leía la Biblia me parecía muy de aquella época y etnia, y por eso me costaba interpretarlo para mi vida personal.

En el Corán leía pasajes activos y meditativos que era muy enriquecedor para mí. Ya que el Corán habla de cosas puntuales, muy claras: tema herencia, casamiento, divorcio, cuestiones civiles y sociales como deber de los padres hacia los hijos, de los hijos a los padres etc. El Corán te da todas las herramientas reales y concretas para llegar a la paz, tanto la vida mística como la vida civil.

Los viajes del micro se me hacían muy rápido en esa época. Un día en que mi celular se quedó sin batería, decido comprarme un Corán.

El único Corán que conseguí y la única comunidad islámica que me respondió fue la comunidad musulmana Ahmadía, ubicada en Buenos Aires. Cuando llegué a su sede, vi una gran imagen de una persona en la vidriera que ya había visto en un sueño durante mi búsqueda espiritual:

En el año 2017 una vez soñé con dicha persona de barbas, camisa blanca, un chalequito marrón con un turbante. Movía la mano y me hablaba mucho, pero lo único que me acuerdo nítidamente era “buscar la paz”. En tal momento el sueño no significó nada para mí, solo me dio paz.

Pero dos años después cuando vi la misma persona de mi sueño en la vidriera con el título de “segunda venida del Mesías Prometido”, sentí que después de más de quince años de búsqueda finalmente he llegado a mi destino final. Ya había hecho mi testimonio de ser musulmán y dos semanas después de mi primer encuentro con la comunidad Ahmadía, decidí hacer Baiat (juramento de iniciación) porque ya estaba convencido que la persona de mi sueño es el Mahdi y el Mesías Prometido, cuyo advenimiento fue profetizado para los últimos días. Desde el primer momento que llegué en la Comunidad Ahmadía me sentí como un familiar que se había ido de viaje y ahora volvió a su familia y a su hogar.

Desde entonces siento y afirmo que por fin estoy en casa entre mis hermanos y hermanas.

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