El discurso de Lahore
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)

En primer lugar, expreso mi gratitud a Dios por haber- nos convertido en ciudadanos de un gobierno pacífico que no nos impide la propagación de nuestras creencias religiosas y que ha eliminado todos los obstáculos de nuestro camino mediante la justicia y la equidad. Por ello, junto a nuestra gratitud a Dios, expresamos tam- bién nuestro agradecimiento al gobierno.

Respetable audiencia: hoy hablaré de las diferentes religiones existentes en este país e intentaré ser deferen- te en lo posible, pues me consta que a ciertas personas no les agrada escuchar verdades que se oponen a sus creencias religiosas. Al no ser de mi incumbencia alejar sus prejuicios inherentes, pido disculpas por cualquier ofensa que pueda originar al exponer la verdad.

En este país existen muchas religiones y las discrepan- cias religiosas arrasan como un torrente. Sin embargo, tras una profunda reflexión y continuas revelaciones divinas he comprendido que, en realidad, todas estas discrepancias provienen de una única causa: el declive de las facultades espirituales y el temor a Dios en la mayoría de los hombres. La luz celestial, que ayuda a distinguir la verdad de la falsedad, se ha desvanecido de muchos corazones. El ateísmo cobra cada vez más fuerza en el mundo y, aunque las lenguas pronuncian el nombre de Dios y del Parmeshwar, los corazones se inclinan cada vez más hacia el agnosticismo. Todo esto lo testifica la práctica de la gente, que dista mucho de lo idóneo. Abundan las declaraciones verbales, mas no se practica lo que se predica. No cuestiono la sinceridad de quien lleva una vida piadosa con discreción. Sin embargo, por lo general, la gente no ha logrado alcanzar el objetivo por el que la religión se hizo esencial para la humanidad. A la mayoría de las personas no le preocupa la pureza de los corazones, el verdadero amor a Dios, la simpatía por la humanidad o las elevadas cualidades mo- rales, tales como la mansedumbre, la bondad, la justicia y la humildad; y muestran indiferencia hacia la pureza, la piedad y la rectitud, que son el alma de la religión. Desgraciadamente, a medida que las rivalidades religio- sas aumentan, la espiritualidad sigue disminuyendo.

El auténtico objetivo de la religión es que la gente reco- nozca al verdadero Dios, que ha creado al mundo entero, y Lo ame hasta tal punto, que cualquier otro amor se enfríe en sus corazones, y mostrar compasión hacia Sus criaturas y arroparse con el manto de la auténtica pure- za. Sin embargo, este objetivo se ignora en esta época, y la mayoría de la gente sigue en la práctica una u otra forma de ateísmo. El conocimiento y la comprensión divina ha disminuido tanto, que cada vez existen menos escrúpulos en la tierra a la hora de cometer pecados. Es obvio que hasta que no se conoce algo a fondo, no es posible reconocer su valor, ni se puede sentir amor o te- mor por ello, ya que todo tipo de amor, temor y aprecio provienen del conocimiento. La causa principal, pues, de la profusión del pecado en esta época es la falta del reconocimiento divino. Una señal que distingue a una verdadera religión de las demás, y es extraordinaria, es que provee a los creyentes de muchos medios para el conocimiento y la percepción divina, que les ayuda no solo a abstenerse del pecado, sino que, al contemplar la belleza y gloria divinas, hace que se enamoren de Él de tal forma, que consideren peor que el infierno siquiera un momento de separación.

La liberación del pecado y el amor divino es sin duda el objeto más sublime de la existencia humana, y origina una auténtica felicidad que también se denomina la dicha del cielo. En cambio, todo deseo contrario a la voluntad divina, y cada vida que transcurre en la búsqueda de tales deseos, se asemeja al fuego del Infierno.

En cuanto a la cuestión de cómo librarse de una existen- cia tan infernal, la respuesta que he recibido de Dios es que la salvación de esta morada de fuego depende sola- mente de un conocimiento divino auténtico y perfecto, porque la tentación de las pasiones carnales se asemeja a una inundación implacable que arrasa con fuerza para destruir la fe.

Por lo tanto, para alcanzar la salvación, es esencial un conocimiento y comprensión de lo divino, ya que, según el proverbio, sólo el diamante puede tallar al diamante. No se requieren muchos argumentos para demostrar que el auténtico conocimiento divino (Ma’rifat) proviene únicamente del aprecio, el amor y el temor. Por ejemplo, si se entrega a un niño un diamante valorado en millones de rupias, este no lo valorará en mayor medida que un juguete. Si se ofrece miel envenenada a alguien sin su conocimiento, la ingerirá gustoso, sin darse cuenta de que puede causarle la muerte, ignorando que está enve- nenada. Sin embargo, nadie introducirá a sabiendas la mano en un orificio de serpientes venenosas arriesgando la propia vida, ni ingerirá premeditadamente un veneno capaz de matar sabiendo que corre el riesgo de morir.

¿Por qué, pues, la gente no teme la muerte que les acecha por transgredir los mandamientos divinos? La única res- puesta es que no poseen la misma conciencia del peligro del pecado como la poseen de los efectos nocivos de la serpiente o el veneno.

Ninguna lógica puede negar el hecho de que el conoci- miento perfecto ayuda al hombre a abstenerse de todo aquello que pueda causarle la pérdida de su vida o pro- piedad, y al hacerlo, no depende de ninguna doctrina redentora. Incluso los criminales más curtidos reprimen muchos de sus deseos por miedo a ser capturados y cas- tigados. No pueden asaltar comercios a la luz del día, en los que están al descubierto miles de rupias, cuando la policía armada patrulla por la zona, ¿Es su fe en la Redención lo que les hace desistir del robo o el atraco?

¿O acaso se sienten intimidados por la doctrina de la cruz? En absoluto. Si actúan así es porque reconocen los uniformes negros de la policía y tiemblan ante el brillo de sus espadas; y porque saben que de ser capturados terminarán en la cárcel. Este principio se aplica no solo a los seres humanos, sino también a los animales. Un león dispuesto a atacar no se lanzará nunca al fuego si ve a su presa al otro lado del fuego, ni un lobo atacará a un cordero cuyo dueño esté a su lado con una espada o una escopeta cargada. Estimados míos: la filosofía verdadera, que ha sido demostrada, es que el hombre no depende de la Redención para librarse del pecado, sino más bien de la certeza. Ciertamente, si el pueblo de Noé hubiera poseído la auténtica certeza que inspira el temor divino, no habría perecido ahogado; si el pueblo de Lot hubiera reconocido a su Señor, no hubiera sido sepultado por una lluvia de piedras, y si esta nación hubiera adquirido la certeza que hace estremecer los corazones, no habría sido destruida por la peste.

El conocimiento imperfecto tampoco es beneficioso, pues el amor o el temor que nacen del mismo son también imperfectos. Nadie puede extraer beneficio de una fe imperfecta, un amor imperfecto, un temor imperfecto o un conocimiento imperfecto. Tampoco es posible que nadie se sacie de una comida o bebida imperfectas. ¿Es posible satisfacer el hambre con una migaja, o saciar la sed con una gota de agua? ¿Cómo es posible que vosotros, que carecéis de determinación y escatimáis esfuerzos en la búsqueda de la verdad, as- piréis a las inmensas bendiciones divinas con tan poco conocimiento, tan poco amor y tan poco temor? Dios es el único que puede purificar vuestros pecados; colmaros con Su amor e intimidaros con Su Majestad. Según la ley eterna, todo esto se adquiere con un conocimiento y certeza perfectos, que son la raíz de todo el temor, amor y aprecio. Por lo tanto, todo el que adquiere una cognición perfecta también recibe un amor y temor perfectos y se librará de los pecados que provienen de la audacia. Para alcanzar este tipo de salvación, no se necesita la sangre de Cristo, ni se requiere una crucifi- xión, ni se precisa una Redención. Lo único que se nos requiere es un sacrificio: el sacrificio de nuestro ser, que pide nuestra propia naturaleza. Ese sacrificio se llama, en otras palabras, “islam”, que significa literalmente entregarse al sacrificio, o someterse completamente a Dios por propia voluntad. La bella palabra ‘islam’ es el alma de la Sharía y constituye la esencia de todos sus mandamientos. Un requisito para la entrega voluntaria y gustosa a un sacrificio es el amor perfecto que provienede un conocimiento perfecto. Este es el significado de la palabra ‘islam”. A este respecto, Dios dice en el Sagrado Corán:

Al Hach, 22:38 [Editores]

2Es decir, no es la carne ni la sangre de vuestros sacrificios la que Me llega; el único sacrificio que Me llega es el temor y la piedad por Mi causa”.

Ha de tenerse en cuenta que todas las enseñanzas de la religión islámica nos conducen al único objetivo que se halla inherente en la palabra islam. Para ello, el Sagrado Corán contiene enseñanzas que intentan inculcar el amor divino en nuestros corazones. No solo nos muestra Su belleza y gloria, sino que también nos recuerda Sus favores, pues el amor penetra en los corazones bien a través de la belleza o bien a través de la bondad.

El Santo Corán nos enseña que, en virtud de todos Sus atributos, Dios es uno y no tiene copartícipe. No tiene imperfección alguna. Posee todos los atributos y mani- fiesta todos los poderes sagrados. Es el Originador de toda la creación y la Fuente de toda la gracia. Es el Señor de la recompensa y del castigo, y todo retorna a Él. Está cerca a pesar de estar lejos, y está lejos a pesar de estar cerca. Está por encima de todo, pero no se puede decir que haya alguien debajo de Él. Es el más Oculto, pero no se puede decir que haya algo más manifiesto que Él. Es Auto-Subsistente y todo subsiste gracias a Él. Él sostiene todo, pero nada Le Sostiene a Él. No hay nada que Él no haya creado y nada que pueda subsistir salvo por Su voluntad. Él lo abarca todo, pero desconocemos de qué modo. Es la luz de todo lo que existe en los cielos y en la tierra. De Sus manos destella toda la luz, que es un reflejo de Su Ser. Es el Señor del universo. No existe ningún alma a la que Él no sustente, ni alma que exista por sí misma. Ningún alma goza de ningún poder que no haya sido conferido por Él.

Sus mercedes son de dos tipos: (1) mercedes que se otor- gan sin que medie ningún esfuerzo por parte de nadie, por ejemplo, las cosas que han sido creadas para nuestro sustento como el cielo, la tierra, el sol, la luna, los pla- netas, el agua, el fuego, el aire y todas las partículas del universo. Él nos ha provisto de todo lo que necesitamos incluso antes de que existiéramos, o hubiéramos rea- lizado algo para merecerlo. ¿Quién puede afirmar que el sol o la tierra fueron creados por alguna de nuestras acciones? Estos favores ya existían antes de que el hom- bre fuera creado y no como resultado de ninguna de sus acciones. (2) Los favores conferidos como resultado de las acciones de los hombres. Estos son tan evidentes, que no es preciso ofrecer ninguna explicación.

El Sagrado Corán afirma que Dios está libre de cualquier imperfección y no está sujeto a ningún tipo de fracaso o defecto, y es Su deseo que el hombre también se libre de su debilidad siguiendo Sus mandamientos. Dice: 3

3       Bani Israil, 17:73 [Editores]

“Pero quien sea ciego en este mundo y no pueda contemplar a Aquel que no tiene igual, será ciego en el Más Allá, incluso más extraviado del camino”.

Esto ocurrirá porque las facultades que capacitan al hombre para ver a Dios se otorgan en este mismo mundo, y quien no las lleve consigo [al Más Allá] no podrá contemplar a Dios en el otro mundo. En este versículo Dios ha descrito claramente el progreso que espera del hombre y las metas que puede alcanzar siguiendo Sus mandamientos.

El Santo Corán presenta una enseñanza que, de cumplir- se con sinceridad, puede ayudar al hombre a contemplar a Dios en esta misma vida. Dice:

Es decir, que quien desea ver a Dios —el Verdadero Creador—, en esta vida, habrá de realizar actos piadosos desprovistos de malicia; es decir, que sus actos han de estar libres de ostentación, engreimiento y arrogancia, y no han de ser defectuosos ni imperfectos, ni contrarios al amor personal [a Dios], y han de estar impregnados de sinceridad y lealtad. También se ha de abstener de todo tipo de shirk [asociar copartícipes a Dios] y no adorar al sol, la luna, las estrellas, el aire, el fuego, el agua, ni a ninguna otra cosa. Tampoco ha de poner su fe en los recursos materiales ni confiar en ellos como si fueran copartícipes de Dios. Tampoco ha de depender de sus propias habilidades o esfuerzos, pues esto también equivale a la idolatría. Al contrario, deberá considerar irrelevante todo lo que haga. No se ha de enorgullecer de su conocimiento ni de sus acciones, sino que ha de considerarse ignorante e inútil. Su alma deberá estar siempre en postración ante el umbral del Todopoderoso para recibir Sus bendiciones a través de las plegarias y súplicas. Su caso ha de ser similar al de una persona sedienta e inválida que descubre una fuente de agua clara y cristalina, y que, una vez que la alcanza, después de tropezar y caer y poner sus labios en ella, no se aparta de ella hasta saciarse por completo.

En el Santo Corán, Dios describe así Sus atributos:

Es decir, vuestro Dios es Único en Su Ser y en Sus atributos. Nadie es eterno e imperecedero como Él, y nadie posee atributos semejantes a Él. El ser humano depende de un maestro para obtener conocimiento y aún así su conocimiento permanece incompleto, pero Dios no necesita de ningún maestro, pues Su conocimiento es ilimitado. El hombre depende del aire para su audición, que es limitada, pero la audición de Dios es inmanente e ilimitada. El hombre depende de la luz del sol y de otras fuentes de luz para su vista, siendo esta imperfecta, pero Dios ve a través de Su propia luz y Su visión lo abarca todo. Igualmente, el hombre, para poder crear, está sujeto a la materia y al tiempo, y su poder de creación es limitado, pero el poder divino de la creación no está sujeto ni a la materia ni al tiempo y tampoco es limitado, pues todos Sus atributos son incomparables y únicos, y, al igual que Él no tiene paralelo, Sus atributos tampoco tienen paralelo. Si uno solo de Sus atributos fuera defec- tuoso, todos Sus atributos se considerarían defectuosos. Por ello, no es posible establecer Su Unidad (Tauhid) a menos que Él sea incomparable y único tanto en Su Ser como en Sus atributos.

En la última parte de estos versículos, el Sagrado Corán dice que Dios no es hijo de nadie ni tiene hijo alguno, pues es Autosuficiente y no necesita padre ni hijo. Esta es la Unidad de Dios (Tauhid) que nos enseña el Sagrado Corán y esta constituye la base de la fe.

En cuanto a las enseñanzas morales, el siguiente versí- culo del Corán las expone de forma completa.

Es decir, Dios os ordena que os atengáis a la justicia y la equidad. Mas si deseáis alcanzar una mayor perfección, mostrad compasión a la gente y haced el bien incluso a los que no os han dispensado un buen trato. Y si deseáis alcanzar una mayor perfección, prestad servicio a los demás por simpatía personal y por impulso natural, sin deseo alguno de recibir gratitud ni de someter a nadie a obligación alguna; y haced el bien a los demás, como una madre lo hace a sus hijos por impulso natural. Dios también os prohíbe cometer excesos, o recordar a la gente el bien que les hayáis dispensado, o ser ingratos con quienes han sido amables con vosotros. Esto se expone con más detalle en el versículo:

Es decir, cuando los verdaderos piadosos dan de comer al pobre, al huérfano y al prisionero, lo hacen solamente por agradar a Dios y les dicen: “Os servimos solo por agradar a Dios. No deseamos vuestra recompensa ni vuestro agradecimiento”.

Respecto a la retribución o el perdón, el Santo Corán nos enseña lo siguiente:

  • Al-Huyurat, 49:13 [Editores]
  • Al-Huyurat, 49:12 [Editores]
  • Al-Huyurat, 49:14 [Editores]
  • Al-Huyurat, 49:12 [Editores]
  • Al-Hach, 22:31 [Editores]

La retribución del mal es un mal en la misma medida, es decir, diente por diente, ojo por ojo, y ofensa por ofensa. Sin embargo, si el perdón de una persona produce una reforma en lugar de un mal peor, impulsando a quien recibe el perdón a rectificar su conducta y desistir del mal, en tal caso, tal perdón es mejor que la venganza; y aquel que perdona recibirá la recompensa [divina]. No nos enseña a volver incondicionalmente la otra mejilla tras haber sido golpeados en una mejilla, pues esto es contrario a la razón. En algunas ocasiones, hacer el bien a los malvados es tan pernicioso como hacer el mal a una persona piadosa. El Santo Corán dice, además:

Es decir, si alguien es amable contigo, muéstrale in- cluso mayor amabilidad. Todo el rencor entre vosotros se convertirá en una amistad tan cercana que rayará el parentesco.

Es decir, no calumniéis a los demás: ¿Le gustaría a alguno de vosotros comer la carne de un hermano difunto? No permitáis que un pueblo se burle de otro, proclamando la propia superioridad sobre la del otro, que puede ser mejor que él. En verdad, el más hono- rable de entre vosotros, a la vista de Dios, es el más justo y piadoso de vosotros. La distinción de nación o casta es irrelevante para Él. No os burléis unos de otros mediante motes despectivos, pues de lo contrario se os considerará malvados a la vista de Dios. Manteneos alejados de los ídolos y de la falsedad, pues ambos son inmundicias. Cuando habléis, hablad con sabiduría y sensatez y absteneos de las charlas vanas. Todo vuestro cuerpo y todas vuestras facultades deberán someterse a Dios, y todos vosotros debéis someteros a Su servicio. Dios dice también:

¡Oh vosotros, los desprevenidos! El deseo por el mundo os ha distraído hasta que llegasteis a las tumbas. Seguís errando y muy pronto lo sabréis. Sin duda muy pronto lo sabréis. Si percibieseis el conocimiento seguro, veríais ciertamente vuestro propio infierno y os daríais cuenta de que lleváis una vida infernal. Si lo percibierais con aún mayor discernimiento, veríais con la mirada de la certeza que vuestra vida es realmente infernal. Llegará un momento en que seréis arrojados al infierno y ten- dréis que responder por vuestra vida de complacencia y exceso y, al sucumbir al castigo, llegaréis al alcanzar la auténtica certeza.

Estos versículos indican que existen tres etapas de certi- dumbre. La primera se obtiene a través del conocimien- to y la deducción. Por ejemplo, cuando alguien ve salir humo desde lejos y deduce, a través de la razón, que debe existir fuego en esa dirección. La segunda etapa de la certeza se alcanza cuando se ve el fuego con los propios ojos. La tercera etapa de la certeza se obtiene cuando se introduce la mano en el fuego y se experimenta en vivo su combustión. Estas son, pues, las tres etapas de la certeza: ‘Ilmul Yaqin [certeza por conocimiento], ‘Ainul Yaqin [certeza a través de la vista], and Haqqul Yaqin [certeza perfecta].

Estos versículos enseñan que la verdadera felicidad del hombre radica en la cercanía y el amor divino, y, si este se inclina al mundo, apartándose de Él, padecerá una vida infernal. Tarde o temprano cada persona se dará cuenta de ello, aunque sea a la hora de morir, al dejar atrás todas sus posesiones y relaciones.

En otro lugar del Santo Corán Dios dice:

Es decir, quien abandona el pecado por el honor y la majestad de Dios y por temor al día en que deberá rendir cuentas ante Él, hallará dos tipos de Paraíso. El primero se le otorgará en forma de una existencia dichosa en esta vida, en la que experimentará una transformación pura y en la que Dios será su Proveedor. El segundo, será el Paraíso eterno que se le concederá después de la muerte, por haber temido Dios y por haberle otorgado prioridad a Él ante las cosas mundanas y ante sus propios deseos egoístas.

También dice:

Es decir, hemos preparado para los incrédulos —quie- nes no Me aman y se inclinan al mundo— cadenas y argollas, y un fuego que arde en sus corazones. Sus pies están encadenados por su amor al mundo y sus cuellos

  • Al-Rahman, 55:47 [Editores]
  • Al-Dahr, 76:5-7 [Editores]

están sujetos por los grilletes de la indiferencia hacia Dios, que no les permiten levantar la cabeza y mirar hacia arriba, y les hace doblegarse hacia el mundo. Su anhelo constante por los deseos mundanales consume sus entrañas. Sin embargo, los virtuosos beben de una bebida suavizada con alcanfor, que enfría la pasión mundanal y colma sus deseos mundanales. Se les otorga un manantial del que mana el alcanfor, y ellos, al disper- sarlo, lo convierten en un arroyo para que puedan beber del mismo todos los que estén sedientos a su alrededor. Cuando este manantial se transforma en un arroyo, y comienza a aumentar el poder de su fe, y aflora el amor divino en sus corazones, se ofrece a los creyentes otra bebida, suavizada con jengibre (zanjabil). En resumen, la bebida alcanforada que han recibido primero solo sirve para enfriar su amor por el mundo, por lo que después también necesitan ingerir otra bebida templada que pueda infundir en ellos el fervor del amor divino, pues la mera abstención de los pecados no conduce a la perfección. El manantial del que fluye esta bebida se llama salsabil, que significa: “Pregunta por el camino que conduce a Dios”.

En otro lugar, el Santo Corán dice:

Es decir, aquel que purifica su ego, se libra de las cadenas de las pasiones carnales y recibe una vida celestial; pero aquel cuya alma sucumbe ante mundo material y no retorna al cielo, conocerá el fracaso. Como no es posible alcanzar estos estados por el propio esfuerzo, el Santo Corán nos alienta continuamente a orar y a esforzarnos, como dice:

Es decir, rogadme, y yo responderé a vuestras oraciones.

Es decir, si Mis siervos te preguntan qué prueba existe para demostrar Mi existencia y por qué razón deben creer en Mí, diles que estoy muy cerca. Respondo a quien Me invoca. Cuando me suplica, oigo su voz y hablo con él. Por su parte, Mis siervos deben ser merecedores de Mi palabra y tener fe firme en Mi para que puedan encontrar Mi camino. También dice:

Es decir, ciertamente, guiaremos por Nuestro camino a quienes se esfuerzan en ello y hacen lo posible por ir en Nuestra búsqueda.

Es decir, si deseáis encontrar a Dios, imploradle y esfor- zaos, y permaneced en compañía de los veraces, pues la buena compañía también es esencial para este fin.

Estas son las enseñanzas que guían al hombre hacia la verdadera esencia del islam, pues, como ya he mencio- nado, el verdadero objeto del islam es que el hombre se someta totalmente a Dios como un cordero de sacri- ficio, renunciando a todos sus deseos e intenciones, y

  • Al-Mumin, 40: 61 [Editores]
  • Al-Baqarah, 2:187 [Editores]
  • Al-Ankabut, 29:70 [Editores]
  • Al-Taubah, 9:119 [Editores]

perdiéndose en la voluntad divina. Debe experimentar una muerte virtual, sumergirse completamente en el amor de Dios, obedecerle solamente por amor y sin otra razón; y adquirir ojos que vean con Él, oídos que escuchen con Él, un corazón totalmente consagrado a Él, y una lengua que solo hable cuando Él hable. Este es la etapa en la que culminan los esfuerzos de un viajero espiritual, y en la que se aniquilan sus bajos instintos. Entonces, la merced divina, mediante Su palabra viva y Su luz resplandeciente, le concede una nueva vida y le agracia con Su dulce conversación. La luz más sutil, que la razón es incapaz de percibir ni el ojo puede detectar, está cada vez más cerca de él, como dice Dios:

Es decir, estamos más cerca de él que su vena yugular.

Así es como Él honra con Su cercanía al hombre mortal, y sus ojos reciben una nueva luz que cura su ceguera; su vista se ilumina y contempla a Dios con sus ojos nuevos, y escucha Su voz, quedando arropado en el manto de Su luz. Este es el punto culminante de la religión, en el que el hombre, después de contemplar a Dios, se desprende de la sucia vestimenta de esta existencia mundana y se viste con la magnífica túnica de la luz divina. No espera al Más Allá en base a una promesa para contemplar a Dios o entrar en el Paraíso, porque ve a Dios en este mismo mundo, y le habla; y porque también comparte las delicias del Paraíso, como Dios dice:

  • Qaf, 50:17 [Editores]
  • Ha-Mim Al-Sachdah, 41:31 [Editores]

En cuanto a los que dicen que nuestro Dios es Quien po- see todos los atributos perfectos y no tiene copartícipe, tanto en Su persona como en Sus atributos, y permane- cen perseverantes, y cuya fe no se inmuta ante ninguna calamidad o infortunio, o incluso la muerte, los ángeles descienden sobre ellos, diciéndoles: “No sintáis ningún temor por estas calamidades ni por los temibles enemi- gos, ni os aflijáis por vuestras desgracias pasadas, pues Yo estoy con vosotros. Regocijaos, pues os concederé en este mundo el Jardín que se os ha prometido”.

Estas promesas no son testimoniales. Tampoco son pro- mesas que no se hayan cumplido. Al contrario, ha ha- bido miles de musulmanes piadosos que han saboreado los frutos del Paraíso espiritual en esta vida, pues Dios ha convertido a los verdaderos seguidores del islam en herederos de las diversas bendiciones otorgadas a la gente virtuosa del pasado. Él también ha aceptado esta plegaria que nos ha enseñado en el Santo Corán:

Es decir, guíanos por el camino de los virtuosos, a quienes han sido bendecidos con Tus favores, es decir, aquellos sobre los que has derramado todo tipo de ben- diciones y que han sido honrados con Tu conversación, de quienes has aceptado sus oraciones y han contado con Tu ayuda y guía; y líbranos del camino de aquellos que han incurrido en Tu enojo y de los que se han apartado de Tu camino.

Esta es la oración que se recita cinco veces al día y que indica que la ceguera espiritual no solo conduce al in- fierno en el Más Allá, sino que también convierte a esta

  • Al-Fatihah, 1:6-7 [Editores]

vida en un infierno. Solamente los obedientes sinceros y dignos de redención son los que reconocen a Dios y creen firmemente en Él, pues solo ellos pueden abste- nerse del pecado y fundirse en el amor divino. El cora- zón del que no anhela recibir la comunión divina está muerto. Una religión incapaz de llevar a sus seguidores a esta perfección y que no consigue que estos obtengan la comunión divina, no posee el espíritu de la verdad ni proviene de Dios. Del mismo modo, el profeta que no guía a la gente por la senda que conduce a la comunión divina y a un conocimiento perfecto, no es un profeta Suyo y solo atribuye falsedades a Dios, pues el gran- dioso objetivo del hombre, capaz de librarle del pecado, es alcanzar una certeza absoluta en la existencia divina y en Día del Juicio Final. Sin embargo, ¿es posible que alguien alcance semejante certeza sin escuchar la voz de Dios —el más Oculto— diciendo: “Yo existo” y sin presenciar señales manifiestas? La razón y la lógica solo pueden llegar a la conclusión, al ver el orden impecable y sabio del universo, que los cielos y la tierra deben tener un Creador, pero no son capaces de demostrar Su existencia real, y la diferencia es evidente. En el primer caso se infiere una necesidad, mientras que en el segun- do se atestigua la realidad de Su existencia.

En medio de la oleada de rivalidades religiosas del presente, un buscador de la verdad no debe olvidar que solo puede ser verdadera la religión que sea capaz de demostrar de forma categórica la existencia de Dios y consiga ensalzar al hombre a un estado en el que consiga la comunión divina, y lo libre de las tinieblas del pecado a través de su influencia espiritual y de su espíritu vivo. Todo lo demás no es más que mero engaño.

Procedo ahora a analizar algunas religiones importantes de esta nación para ver si son capaces de llevarnos a la certidumbre en Dios. También comprobaremos si sus escrituras contienen alguna promesa de que pueda llevar al hombre a la comunión divina y, en tal caso, si esta promesa se ha cumplido a favor de algunos de sus seguidores en esta época.

La primera religión digna de mención es el cristianismo. No es preciso entrar en mucho detalle respecto a esta religión, puesto que los cristianos creen por unanimidad que toda la revelación terminó después de la época del Mesías, y que esta bendición es cosa del pasado y es im- posible alcanzar este don hasta el Día del Juicio, puesto que están cerradas todas las puertas. Posiblemente sea esta la razón por la que han inventado un nuevo método para lograr la salvación, proponiendo un remedio que atenta contra todas las normas de la razón, la justicia y la misericordia. Afirman que el Mesías consintió en asumir todos los pecados de la humanidad y murió en la cruz con el fin de brindar la salvación a los demás, y que Dios hizo morir a su propio hijo inocente para redimir a los pecadores. No acabo de entender como es posible que esta muerte injusta pueda limpiar los corazones de la gente pecadora ni de qué forma la crucifixión de una persona inocente puede hacer que se perdonen los pecados ajenos. Este método no es solo contrario a la justicia, sino también a la misericordia, pues es injusto castigar al inocente en lugar del culpable, y es cruel matar en vano al propio hijo de forma tan brutal.

La verdadera causa de la creciente oleada de pecados, como acabo de mencionar, es la ausencia de conocimien- to divino, y mientras la causa persista, no podrá evitarse el efecto. ¿Qué clase de lógica es afirmar que aunque la causa (que es la ausencia del conocimiento divino) siga existiendo, puede erradicarse el efecto (el pecado)? Existen miles de ejemplos en nuestra experiencia que demuestran que hasta que no se conoce algo a fondo no es posible sentir amor, valor o aprecio por ello. Es evidente que la motivación de una persona a la hora de emprender algo o abstenerse de algo es el amor o el temor, y estos provienen solamente del conocimiento. Sin el conocimiento, no existe amor ni temor.

Queridos míos: la verdad me obliga a declarar que los cristianos no poseen nada que lleve al hombre al cono- cimiento divino. Han puesto un sello a la revelación, sus milagros han terminado con el Mesías y sus discípulos y han abandonado el camino de la razón endiosando a un ser humano. En cuanto a los milagros del pasado, que se presentan ahora en forma de fábulas, sus detractores podrían preguntarse hasta que punto son auténticos y hasta qué punto son exageraciones, pues es indiscutible que los escritores de los Evangelios tendían a exagerar las cosas. Por ejemplo, en uno de los Evangelios está escrito que si se escribieran todas las obras del Mesías, el mundo no sería lo bastante grande para contenerlas.

¿Tiene algún sentido que el mundo fuera lo suficiente- mente grande para abarcar sus obras, pero demasiado pequeño para abarcar lo que se escribiera al respecto?

Además, los milagros del Mesías no fueron superiores a los de Moisés y, si se comparan con los milagros de Elías, la balanza de milagros se inclinaría sin duda a favor del último. Si estos milagros tuvieran el poder de convertir a alguien en Dios, estos profetas merecerían la divinidad.

El hecho de que el Mesías se llamara a sí mismo “Hijo de Dios” o que fuera descrito como tal en los Evangelios, tampoco constituye una prueba de su divinidad. En la Biblia se ha llamado a muchas personas hijos de Dios, e incluso a algunos se les ha llamado “Dios”. No exis- te, pues, ninguna razón por la que el Mesías deba ser escogido para la divinidad. Y aunque se hubiera dado a Jesús este título, sería ingenuo interpretarlo literalmente, pues las escrituras divinas están repletas de metáforas semejantes y no existe ninguna razón por la cual no se confiera esta distinción a todos aquellos que comparten el título de “Hijos de Dios” con el Mesías.

Por lo tanto, no es práctico creer en este plan [ideado por los cristianos] para la salvación, puesto que no im- pide que la gente siga cometiendo pecados. En realidad suicidarse para la salvación del prójimo ya de por sí es un pecado. Juro por el Todopoderoso que el Mesías no accedió jamás a ser crucificado por propia voluntad. Los malvados judíos lo trataron como quisieron. El Mesías pasó toda la noche orando y llorando para librarse de la cruz. Dios aceptó sus oraciones a causa de su piedad y, como la propia Biblia admite, lo salvó de una muerte maldita en la cruz. Es pues, pura calumnia decir que el Mesías cometió voluntariamente suicidio, e igual de irrazonable es sugerir que alguien pueda remediar la jaqueca del prójimo golpeándose la propia cabeza.

Según nuestra creencia, el Mesías fue un Profetasa y uno de hombres perfectos a quienes Dios purificó con Sus propias manos; pero no podemos convertirle, ni a él ni a ningún otro profeta, en divinidad, en virtud de las expresiones que se emplean en las sagradas escrituras respecto a él o cualquier otro profeta Yo tengo experien- cia en estos asuntos. Las palabras de elogio y el honor que me ha conferido Dios en sus revelaciones sagradas no pueden compararse con las que están escritas en las sagradas escrituras sobre Jesús el Mesías. ¿Bastaría esto para llamarme “Dios” o “Hijo de Dios”?

En cuanto a las enseñanzas contenidas en los Evangelios, mantengo lo creencia de que una enseñanza perfecta debe nutrir todas las facultades humanas en lugar de dar énfasis a un solo aspecto en particular. Declaro, en ver- dad, que esta enseñanza perfecta solo se encuentra en el Sagrado Corán, porque siempre se atiene a la verdad y la sabiduría. Por ejemplo, el Evangelio enseña que “si alguien te golpea en una mejilla, preséntale también la otra”. Sin embargo, el Santo Corán dice que esta en- señanza no debe aplicarse en todos los casos, sino que dependiendo de cada situación en particular es preciso determinar si se exige paciencia o venganza, o bien, si se requiere el perdón o el castigo. Esta es sin duda la enseñanza perfecta que la humanidad debería seguir para librarse de la destrucción y el desorden.

Igualmente, el Evangelio prohíbe mirar a las mujeres con lujuria. Sin embargo, el Santo Corán enseña a no mirar a las mujeres innecesariamente, ya sea con lujuria o sin lujuria, pues esto puede hacernos tropezar. Si surge la necesidad, debemos mantener los ojos entrecerrados y evitar mirarlas fijamente. Este es el único medio de pre- servar la pureza de vuestros corazones. Probablemente nuestros adversarios se opondrán a estas enseñanzas para poder disfrutar de las nuevas libertades, pero la experiencia ya ha demostrado que esta enseñanza es la más apropiada. Estimados amigos: la libertad indiscri- minada de sexos o el intercambio de miradas lascivas no puede generar nada positivo. Dar la oportunidad de una mezcla indiscriminada a hombres y mujeres, sabiendo que no pueden librarse de sus pasiones carnales, equiva- le a arrojarlos deliberadamente a un pozo.

El Evangelio también dice: “Nadie debe divorciarse de su mujer, a no ser por causa de infidelidad”. El Santo Corán, no obstante, también permite el divorcio por otros motivos. Por ejemplo, cuando el marido y la mujer se convierten en enemigos mutuos, o uno de ellos corre peligro de muerte a manos del otro, o la mujer comete acciones que lleven al adulterio, aunque no se hubiera consumado, o padece una enfermedad fatal que el mari- do pudiera contraer, o bien por cualquier otra causa que el marido considere que sea motivo de divorcio. En tales casos, el Sagrado Corán permite al marido divorciarse de su esposa.

Volviendo al tema principal, insisto en que el cristia- nismo no ofrece ningún medio realista para alcanzar la salvación o para impedir que el hombre se abstenga del pecado. La salvación solo tiene sentido si el hom- bre alcanza un estado donde no se aventure a cometer pecados, y su amor por Dios sea tan elevado que pueda someter todas sus pasiones egoístas, y esto, obviamente, no se puede lograr sin una certeza absoluta en Dios. El Santo Corán contiene medios claros y definidos para llegar a conocer a Dios, y estos, a través del temor sub- secuente, nos ayudan a alejarnos del pecado. A través de la obediencia al Santo Corán el hombre recibe la conversación divina, presencia las señales celestiales y es informado de lo desconocido, hasta el punto de que se crea un vínculo firme entre el hombre y su Creador. En esta etapa, desea apasionadamente unirse a Él y Le antepone ante todas las cosas. Sus plegarias son acepta- das y es informado con antelación de su aceptación, y en su interior comienza a fluir un torrente de conocimiento divino que le ayuda a librarse del pecado.

En los Evangelios solo encontramos un único medio [para obtener la salvación], que, aparte de ser absurdo, no tiene ninguna relación con la erradicación del pecado. Es curioso que aunque el Mesías exhibió todo tipo de debilidades humanas y no mostró ningún poder divino especial que le distinguiera del resto de los mortales, los cristianos aún sigan considerándolo Dios.

Respecto a la religión Arya Samajist, veamos los medios que provee para la liberación del pecado. Puesto que los Vedas rechazan categóricamente hasta la posteridad cualquier posibilidad de comunicación divina y signos celestiales, es vano pensar que sea capaz de conducir al hombre al estado de certidumbre en el que pueda oír la voz divina proclamando “Yo existo”, o en el que Dios responda a sus oraciones, o le muestre Su semblante a través de Sus señales. Más bien, los arios consideran que esto es imposible.

El hecho es que no es posible sentir amor o temor hacia algo sin antes haber “visto” a Dios y sin antes haber logrado una comprensión divina (Marifat) perfecta. El simple estudio de la creación no da lugar a tal certe- za y esta es la razón por la que la mayoría de los que profesan el racionalismo puro son ateos y agnósticos. En realidad, los que alcanzan las cimas de la filosofía son considerados auténticos ateos. Al contemplar la creación, la razón —siempre que no esté empañada de ateísmo—puede ayudar a deducir la posible existencia de un Creador, pero no puede producir la certeza de que existe realmente un Creador. Sin embargo, puede hacernos pensar en la posibilidad de que todo el univer- so opere por su cuenta, y que ciertos objetos tengan la propiedad innata de crear otros, pero nunca puede lle- varnos a la certeza perfecta, es decir, al reconocimiento y comprensión divinos, que equivale a la contemplación divina, y que genera un amor y temor perfectos.

El fuego del amor y el temor consume todo tipo de pecado, elimina todas las bajas pasiones y, a través de una transformación pura y sagrada, aleja todas las debi- lidades internas y las manchas del pecado. Sin embargo, como la mayoría de los hombres son indiferentes a una pureza tan íntegra, capaz de eliminar todas las manchas del pecado, no solo no se dirigen a su búsqueda, sino que se oponen a ella movidos por sus prejuicios.

Es una lástima que los arios hayan perdido toda la es- peranza de alcanzar una auténtica comunión con Dios, y no posean ningún argumento racional para demostrar Su existencia. Al creer que cada partícula es eterna y que no ha sido creada por nadie, y que todas las almas, con todas sus facultades, también son eternas, y carentes de Creador, es decir, que existen por sí mismas, no les queda ningún argumento para demostrar la existencia de Dios. También sería inútil intentar demostrar la existen- cia del Parmeshwar alegando que alguien debería reunir las partículas e infundir almas en ellas, pues, ¿por qué habrían de necesitar las partículas que alguien lo hicie- ra, cuando [según ellos] éstas tienen el poder suficiente para perpetuarse por sí mismas hasta la eternidad y son virtualmente sus propios “dioses”? Nadie aceptaría que si las partículas o los átomos no dependen efectivamente de nadie para juntarse o separarse, ni tampoco las almas dependen de nadie para su existencia, sustento y poder, que aun así precisen de ayuda externa para unirlas o separarlas. Estas creencias son las que convierten a los arios en una presa fácil para los ateos y les hacen sucumbir tan rápidamente al ateísmo.

Los arios me inspiran lástima y compasión por haber co- metido serios errores en los dos aspectos de su doctrina. En primer lugar, creen que Dios —Parmeshwar— no es la fuente de toda la creación ni el origen de todas las bendiciones, pues todas las partículas y todas las almas y sus facultades existen por sí mismas y no re- ciben Sus bendiciones. En este contexto, ¿de qué sirve tal Parmeshwar y por qué ha de considerarse digno de ser adorado o de ser llamado Omnipotente (Surb Shak- timan)? y ¿cómo puede el hombre llegar a reconocerlo?

Ojalá mi simpatía los conmoviera y pudieran recluirse para reflexionar sobre estos asuntos. ¡Dios Todopode- roso! Ten piedad de esta nación, que ha convivido tanto tiempo con nosotros, e inclina sus corazones hacia la verdad, pues para Ti todo es posible. Amén.

Este es el primer aspecto de la doctrina que ha cometido una grave injusticia hacia el Creador, y que no tiene paralelo. El otro aspecto de su doctrina es la transmigra- ción —el retorno de las almas a este mundo en formas diferentes— y está relacionado con la creación. Es extraño que a pesar de pretender atenerse a la lógica y racionalidad, los arios creen que el Parmeshwar es un Dios tan severo, que no se limita a castigar a las almas durante millones de años por la condena de un solo pecado, sino que les castiga durante billones de años, a pesar de saber que no pertenecen a Su creación y carece de derecho alguno sobre las mismas. ¿Por qué en lugar de someterles a la aflicción, arrojándolas al ciclo de la transmigración, no se limita a castigarlas durante un número específico de años, como hacen los gobiernos mundanales? Un castigo severo solo estaría justificado si alguien posee un derecho equiparable sobre los culpa- bles. Sin embargo, al existir por sí mismas las partículas y las almas, y al no tener el Parmeshwar ningún derecho sobre las mismas —excepto el de arrojarlas posiblemen- te al ciclo de la transmigración— no goza ciertamente de derecho alguno para someterlas a un castigo tan prolongado.

En el islam, aunque Dios dice que Él es el Creador de cada partícula y cada alma, y que Él es la fuente de todas sus facultades por haber sido creadas por Él, y porque su existencia depende de Él, también dice en el Sagrado Corán:

Es decir, morarán en el infierno hasta la eternidad. Sin embargo, tal eternidad no debe confundirse con la eternidad divina. Al contrario, significa un largo período de tiempo tras el cual intervendrá la merced de Dios, pues Él es Todopoderoso y hace lo que Le place. Este versículo se ha descrito con detalle en un Hadiz, en el que nuestro señor y maestro, el Santo Profetasa, dice:

Es decir, en el infierno llegará un momento en el que no permanecerá nadie y la brisa de la mañana hará mover sus puertas de un lado a otro.

Sin embargo, los arios presentan a un Dios rencoroso e irascible, cuya ira nunca se aplaca, y que no perdona los pecados ni siquiera después de arrojar a las almas al ciclo de la transmigración durante billones de años. Lo mismo ocurre con los cristianos que, a pesar de creer que Dios es el Creador de todas las cosas, creen que el castigo por un solo pecado es el infierno eterno.

  • Hud, 11:108

La cuestión es: ¿Acaso no merecen las almas un poco de misericordia por parte de Aquel que ha creado a todos los seres humanos y sus facultades? ¿No es Él Quien ha colocado en su naturaleza las debilidades que los atraen hacia el pecado, y Quien da cuerda al reloj de su existencia para que corra como el Relojero Eterno lo desee? ¿No comparte Él cierta responsabilidad por sus pecados, al no tener ellos toda la culpa de sus debilida- des? ¿Es justo que haya fijado solamente tres días de castigo a Su propio hijo y haya impuesto una condena perpetua al resto de la humanidad, para que ardan hasta la eternidad en el fuego del infierno? ¿Es esto digno del Señor de la Gracia y la Merced? Lo correcto hubiera sido imponer un mayor castigo a su hijo, pues al ser su hijo y poseer poderes divinos, habría podido soportar mejor un castigo más severo que el resto de los seres, pues su fuerza sería superior a la de los débiles mortales.

Esta misma objeción se aplica por igual a los arios y a los cristianos, y también se aplica a algunos musulma- nes. Sin embargo, no puede atribuirse al Santo Corán la creencia engañosa en la que han caído algunos musul- manes. Dios dice claramente que son ellos los respon- sables de estas creencias, al igual que son responsables de creer que Jesús esta vivo y sentado en el segundo cielo, a pesar de que el Corán establece claramente que falleció hace mucho tiempo y está entre las almas que han dejado de existir. Pero esta gente, oponiéndose al Libro Santo, sigue esperando su llegada.

Volviendo al tema, otra prueba de la falsedad del con- cepto de la transmigración es que es contraria a los au- ténticos valores éticos y morales. Por ejemplo, cuando un hombre contrae matrimonio, ¿cómo podemos estar seguros de que no lo hace con su madre, hermana o nieta, que puedan haber fallecido anteriormente, cayen- do en el error de contraer matrimonio con alguien que prohíbe la ley védica? Esta situación podría evitarse si cada niño naciera con un registro escrito en el que constara su filiación para evitar un matrimonio ilegal. Sin embargo, como el Parmeshwar no lo dispuso así, nos inclinamos a pensar que él mismo deseó propagar este mal.

Tampoco logramos entender qué sentido tiene la “trans- migración de las almas”. Puesto que la salvación depende del conocimiento y percepción divinos, sería justo que cualquier alma que volviera a nacer no se viera privada del tesoro de la salvación y percepción adquiridos con tanto esfuerzo en sus vidas anteriores. Vemos que cada niño que nace viene al mundo totalmente desprovisto de conocimiento, como un despilfarrador que ha derro- chado toda su fortuna y se halla totalmente en la ruina. Aunque hubiera leído los Vedas miles de veces en su vida anterior, no conseguirá recordar una sola página. Resulta difícil imaginar que un alma pueda librarse del ciclo de la transmigración cuando pierde continuamente todo el tesoro de conocimiento y percepción adquiridos con tanto esfuerzo en sus vidas pasadas. Al no preser- varse, nunca alcanzará la salvación. Según la creencia aria, el lapso para alcanzar la salvación es tan breve, que no consiguen acumular el conocimiento y percepción divinos para alcanzar la salvación. ¿No se llama a esto mala suerte?

Neug es otro aspecto de la doctrina aria, que es contra- ria a la pureza del alma humana. Yo no atribuiría esta doctrina a los Vedas. Me estremece la idea de atribuir tales cosas a los Vedas. Creo que la conciencia humana nunca podrá aceptar que un hombre consienta que su casta esposa, que merece honor y procede de una fami- lia respetable, se acueste con otro hombre con el único fin de procurarle descendencia, a la vez que sigue man- teniendo relaciones con su marido. Tampoco creo que sea adecuado que ninguna mujer lo acepte en mientras viva su marido. Dejando de lado a los humanos, incluso ciertos animales tienen sentido del honor, y no permiten que sus hembras se apareen con ningún otro macho.

No deseo entrar en discusión sobre este asunto, pero digo respetuosamente a los arios que es preferible que renuncien a esta doctrina. El grado de auténtica pureza en nuestro país ya es bastante deficiente y si se introdu- cen tales libertades entre hombres y mujeres no sabemos cuáles serán las consecuencias para este país.

También me atrevo a afirmar que, por mucho que los arios odien hoy a los musulmanes y detesten las ense- ñanzas del islam, no deben abandonar en absoluto el hábito del pardah, ya que puede producir muchos males que aflorarán tarde o temprano. Cualquier persona razo- nable entenderá que las personas, en su mayoría, siguen los dictados de sus instintos básicos y se olvidan del castigo divino cuando se ven dominados por sus pasio- nes. Los hombres no desisten de contemplar con lujuria a las mujeres hermosas y, por su parte, algunas mujeres tampoco dudan en mirar ilícitamente a los hombres. En estas condiciones, si se otorga libertad a ambas partes para mezclarse libremente, el resultado será el mismo que se observa en algunas partes de Europa. La gente solo podrá permitirse tal libertad cuando purifiquen realmente su corazón y se liberen de sus bajos instintos, cuando el espíritu maligno se aleje de sus almas, cuando perciban el temor a Dios y se implante en sus corazones Su majestuosidad, y cuando hayan experimentado una transformación pura envolviéndose en el manto de la piedad. Entonces se convertirán en peones en manos de Dios. Dejarán, por así decirlo, de ser machos, y sus ojos quedarán velados de tal modo que no mirarán con deseo a otras mujeres ni asaltará a su pensamiento este tipo de ideas.

Querida gente: Que Dios mismo revele a vuestros cora- zones que aún no es el momento adecuado para esto. Si obráis de este modo, diseminaréis semillas venenosas en esta nación. Aunque en el pasado no hubiera existido, es preciso que la práctica del pardah se introduzca en estos momentos tan precarios en que el pecado, la corrupción, el desenfreno y la bebida predominan en la tierra; en el que prevalecen las ideas ateas y el respeto por los man- damientos divinos se ha desvanecido de los corazones. Las lenguas rebosan de elocuencia y los discursos están cargados de lógica y filosofía, pero los corazones están vacíos de espiritualidad. ¿Es acaso ahora el momento más oportuno para soltar a nuestros pobres corderos a merced de los lobos?

Amigos míos: La peste se cierne sobre nosotros y, según me ha informado Dios, aún ha de causar mayores estra- gos. Vivimos tiempos muy críticos. No sabemos quién permanecerá vivo hasta el próximo mes de mayo, ni quien morirá, qué hogar será devastado y cuál quedará a salvo. Levantaos, pues, y arrepentíos, y complaced a vuestro Señor con buenas obras.

Tened presente que los errores de las creencias serán retribuidos solamente después de la muerte y también será en el Más Allá cuando se juzgue la disputa entre hindúes, cristianos y musulmanes. Sin embargo, la persona que traspasa todos límites de la injusticia, la audacia y el desorden será castigado en este mundo y no podrá librarse en modo alguno del castigo divino. Intentad complacer Dios antes de que sobrevenga el terrible día, a saber, el día de la devastación por la peste, que los profetas ya habían anunciado. Estableced la paz con Dios, pues Él es el Sumo Compasivo y perdona los pecados de toda una vida en un momento de sincero arrepentimiento. No desesperéis de Su perdón y re- cordad que vuestros esfuerzos no os ayudarán nunca a lograr la salvación. Es Su gracia y no vuestras obras la que os salva. ¡Dios Clemente y Compasivo! Derrama Tu gracia sobre nosotros pues somos Tus siervos y estamos prosternados ante Tu umbral.

Parte II

 Respetable audiencia: Hablaré ahora de mi proclama- ción de la que ya he informado a la gente de esta nación. Está demostrado por la razón y la tradición que cuando el mundo queda envuelto en las tinieblas del pecado, la tierra se llena de maldad y corrupción, la espiritualidad cae a su nivel más bajo, la tierra se contamina de pecado, el amor por Dios se enfría, y sopla en la tierra un vien- to venenoso, en ese momento la merced divina desea resucitar a la tierra de nuevo. Este proceso es similar al cambio de las estaciones. En otoño, los árboles pierden sus frutos, hojas y flores y quedan tan deslucidos como un paciente demacrado por la enfermedad, con el rostro totalmente empalidecido por falta de sangre, pareciendo más muerto que vivo, o como un leproso muy grave cuyos miembros comienzan a marchitarse. Otra esta- ción es la primavera, en la que estos mismos árboles adquieren un aspecto totalmente diferente, produciendo frutos, flores y hojas verdes y frondosas. Lo mismo ocurre con la humanidad, que atraviesa etapas similares de luz y oscuridad. Algunos siglos son como el otoño, en que las aptitudes humanas pierden todo su brillo y lustre, mientras que otros son como la primavera, en que una brisa fresca celestial infunde nueva vida en los corazones de la gente. Desde su creación, la humanidad ha pasado alternativamente por estas dos fases.

La presente época se asemeja al comienzo de la pri- mavera. La letargia del otoño predominó en el Punjab durante el reinado de los Sijs cuando la ignorancia, en ausencia del conocimiento, imperaba en la nación, y los libros religiosos eran tan escasos que solo algunas familias nobles disponían de ellos. Le siguió la época del gobierno británico, en la que disfrutamos de tal paz y libertad, que sería incluso injusto comparar los días bajo el gobierno británico con las noches bajo los sijs.

Esta época es un cúmulo bendiciones espirituales y ma- teriales, y el comienzo de la primavera promete futuras bendiciones. Sin embargo, esta época también posee varios rostros, semejantes a los de una criatura mons- truosa: algunos son espantosos por oponerse a la piedad y al reconocimiento divino, y otros auspician piedad y grandes bendiciones. No cabe duda que el gobierno británico ha fomentado todo tipo de conocimiento y enseñanza en este país y ha introducido métodos tan factibles de impresión y edición que no se ha visto nada paralelo en el pasado. Han salido al descubierto miles de bibliotecas que se hallaban ocultas y, en un corto periodo, esta nación ha visto una transformación tan drástica a nivel de conocimiento y cultura, que da la impresión de que ha vuelto a renacer. Sin embargo, a pesar de todo, la condición práctica de la gente se ha ido deteriorando poco a poco, y las semillas del ateísmo han comenzado a germinar en sus corazones. Aunque es cierto que el gobierno británico ha hecho todo lo posible por brindar bienestar a sus ciudadanos y establecer la justicia y seguridad (algo difícil de encontrar en ningún otro gobierno) la mayoría de la población no ha sido capaz de digerir la libertad –que es fundamental para establecer una atmósfera totalmente pacífica–, y en lu- gar de mostrar gratitud a Dios y al gobierno, han caído en la indolencia, la mundanalidad, el materialismo y la negligencia. Creen, al parecer, que esta tierra es su morada permanente, y que nadie les ha hecho ningún favor ni están sometidos a ninguna autoridad. Como, por regla general, la mayoría de los pecados se cometen en tiempos de paz y tranquilidad, el pecado ha ido en aumento en este país y la insensibilidad y apatía existen- tes han alcanzado un estado alarmante. Los ignorantes y malvados, comparables a las bestias, se dedican a cometer sin ningún escrúpulo crímenes atroces como el robo, la violación y el asesinato, y otros se enfrascan en todo tipo de vicios según sus propias disposiciones. El resultado es que las tabernas tienen más éxito que el resto de los comercios, los negocios inmorales están en auge y los lugares de culto no sirven más que para rituales. El pecado azota con furor en la tierra, y la paz y la comodidad han hecho desbordar las pasiones carnales de los hombres al igual que se desbordan las aguas torrenciales de un río, las cuales, al romper sus orillas, anegan en una sola noche a todas las ciudades. La tierra ha quedado envuelta en una terrible oscuridad y ha llegado el momento en que Dios traerá la luz a la tierra, o bien la destruirá. Pero aún tienen que transcu- rrir mil años antes de que el mundo vea su destrucción. Todas las innovaciones creadas para la comodidad y el bienestar mundanal son una prueba clara de que Dios desea producir una reforma espiritual que vaya paralela con el progreso físico, ya que la condición espiritual del hombre está declinando en mayor medida que su condi- ción física, y la humanidad corre el riesgo de ser presa de la ira divina. El pecado está en su apogeo, las fuerzas espirituales se debilitan cada vez más, y la luz de la fe se ha apagado. Por lo tanto, la razón exige la aparición de una luz celestial para combatir esta oscuridad; pues, así como la luz que aleja la oscuridad que desciende de los cielos, así también desciende de los cielos la luz que ilumina los corazones.

Desde que Dios creó al hombre, Él, para unir a la huma- nidad, ha dispuesto derramar la luz de Su conocimiento sobre uno de ellos en tiempos de necesidad, honrarlo con Su Palabra, darle de beber de la copa de Su amor, mostrarle Su camino elegido e infundirle el entusiasmo para atraer a los demás hacia la luz, el amor y el dis- cernimiento que ha recibido, para que estos, al unirse a él y formar parte suya, compartan su conocimiento, se preserven del pecado y alcancen las cimas de la piedad y la pureza. Según esta antigua ley, Dios ha anunciado a través de Sus profetas que, al final del sexto milenio después de Adán —cuando la tierra se vea envuelta en una terrible oscuridad, cuando el diluvio del pecado irrumpa en la tierra y los corazones queden despojados del amor divino— Él, desde los cielos, insuflará en una persona el espíritu de la verdad, el amor y el discerni- miento, como hizo con Adán, sin recurrir a ningún medio físico. Esta persona se llamará también el Mesías, pues Él mismo ungirá en su alma el perfume de Su amor. Se hará que este Mesías, a quien las escrituras también llaman el Mesías Prometido, se alce contra Satanás y esta será la última lucha entre las legiones de Satanás y las del Mesías. Satanás vendrá preparado con todos sus poderes, toda su progenie y todos sus recursos para emprender esta batalla espiritual. El mundo no habrá presenciado nunca una confrontación tan feroz entre el bien y el mal. En ese día los planes y dispositivos satá- nicos serán los más destructivos y Satanás dispondrá de todos los poderes, recursos y planes para descarriar a la humanidad. Entonces, tras una lucha encarnizada —que será una lucha espiritual—, el Mesías de Dios emergerá victorioso y las fuerzas satánicas sufrirán la destrucción. Después, durante un periodo de tiempo, prevalecerá en la tierra la majestad, gloria, santidad y unicidad divina.

Este periodo de tiempo —que también se ha descrito como “el séptimo día”— constará de mil años. Después acaecerá el fin del mundo.

Ha de saberse que yo soy ese Mesías. Que me acepte el que quiera.

Existen algunas sectas que no creen en la existencia de Satanás y se preguntarán por el significado de la pala- bra Satanás. Debo dejar claro que el hombre se siente atraído por dos fuerzas: la fuerza del bien y la fuerza del mal. La Sharia islámica atribuye el bien a los ángeles y el mal a Satanás. Esto significa que existen dos fuerzas que actúan sobre el hombre, y este a veces se inclina hacia el mal y a veces hacia el bien.

Creo que una gran parte de esta congregación rechazará y contemplará con desprecio esta declaración mía de ser el Mesías Prometido y estar bendecido con la re- velación divina, y me mirarán con desprecio. Creo que son incapaces de verlo. Por lo general, los mensajeros y apóstoles de Dios son ridiculizados al principio, pero lo cierto es que no hay profeta sin honra salvo al comienzo de su misión. El Santo Profetasa y Mensajero de Dios, a quien fue revelado el Sagrado Corán y fue el portador de la Sharía, cuyos seguidores se enorgullecen de formar parte de su ummah (comunidad) y cuya Ley es la más perfecta de todas las leyes, recibió el mismo trato por parte de su gente. Durante trece años, en los que llevó una vida solitaria, de pobreza y desamparo en la Meca, fue sometido a todo tipo de aflicciones a manos de sus enemigos, y fue objeto de escarnio y burla, hasta que vio obligado a emigrar de la Meca. ¿Podía predecirse que se convertiría en el Imam y líder de millones de personas? Siguiendo la práctica divina, los elegidos de Dios son tratados con desdén y desprecio, y son muy pocos los que consiguen reconocerlos al principio. Han de sufrir a manos de los ignorantes y han de ser objeto de calumnias, burlas e insultos, hasta que Dios abre sus corazones para su aceptación.

Esta es mi proclamación. La tarea para la que Dios me ha enviado es que establezca de nuevo la relación de amor y sinceridad mutua eliminando el distanciamiento que ha surgido entre el hombre y Su Creador; para que, proclamando la verdad, ponga fin a las guerras religio- sas sentando las bases para la paz; para que manifieste las verdades espirituales que están ocultas a los ojos del mundo y demuestre de forma práctica la espiritualidad que yace bajo la oscuridad de las pasiones egoístas, y para que exponga de forma práctica de qué manera las fuerzas divinas penetran en los seres humanos y se ma- nifiestan a través de la oración y la meditación. Y, sobre todo, para que siembre hasta la eternidad la semilla de la creencia en la Unidad de Dios (Tauhid) que es pura, luminosa y libre de todo tipo de idolatría (shirk). Pero esto no sucederá a través de mi poder, sino a través del poder del Dios que es el Señor de los cielos y la tierra.

Dios se ha encargado, por un lado, de la tarea de mi forma- ción espiritual; y al inspirarme con Su revelación me ha llenado devoción para producir esta reforma, y, por otro lado, también ha preparado a los corazones dispuestos a aceptar mis palabras. Desde que Dios me ha enviado, se está forjando una gran revolución en el mundo. Aunque la gente de Europa y Norteamérica creen firmemente en la divinidad de Cristo, sus propios eruditos han co- menzado a alejarse de esta doctrina, y mucha gente de aquellas naciones que durante generaciones adoraban a los ídolos y otras deidades se está dando cuenta que sus ídolos no tienen ningún valor; y a pesar de carecer de espiritualidad y de seguir manteniendo sus propios ritos, han logrado desprenderse de muchos rituales, supersticiones y prácticas idólatras frívolas y doctrinas, y se han acercado al umbral de Unidad. Espero que la gracia de Dios les empuje pronto hacia esta morada de paz de Su Unicidad verdadera y perfecta, que confiere un amor, un temor y un discernimiento perfectos. Y esto no es producto de mi imaginación, pues el mismo Dios me ha informado de esta buena nueva a través de su revelación sagrada.

Dios, mediante Su sabiduría, lo ha dispuesto así para que los distintos habitantes de este país consigan uni- ficarse y para que despunten días de paz y armonía en esta tierra. Todos pueden percibir el aroma de la brisa de la unificación de todos los pueblos en uno solo. Los cristianos creen que se acerca el momento en que todo el mundo aceptará la divinidad de Cristo. Los judíos, también conocidos como israelitas, también esperan con fervor la llegada en estos días de un Mesías especial que los convertirá en herederos de la tierra. Igualmente, las profecías islámicas hablan del final del catorceavo siglo como la época del advenimiento del Mesías de los últimos días, y la mayoría de los musulmanes tam- bién creen que está cerca el momento del predominio del islam. También he oído decir a algunos pundits de Sanatan Dharam que esta es la época de la aparición de un Avatar, que según ellos será el último, y que hará que se propague su fe por toda la tierra. Los arios por su parte, aunque no creen en las profecías, también se ha- yan influidos por esta corriente, y están intentando, en lo posible, difundir su fe en Asia, Europa, América, Japón, etc. Curiosamente, los budistas, también han comenzado a mostrar el mismo fervor. Pero lo más irrisorio es que incluso los churas o parias de este país también están haciendo lo posible por librarse de la hostilidad de otras comunidades o, al menos, conseguir el poder suficiente para proteger su religión.

En estos días sopla una nueva corriente: cada religión y cada comunidad lucha por su propia supremacía en el mundo a costa de las demás doctrinas, y las religiones arremeten unas contra otras como las olas de una tem- pestad. Estos movimientos auguran que esta es la época en la que Dios ha dispuesto unir a todas las comunida- des, poner fin a todas las disputas religiosas y unificar a todas las religiones en una sola religión. Haciendo precisamente referencia a esta época —de la embestida de las olas— el Sagrado Corán dice:

Este versículo, en conjunción con los anteriores, sig- nifica que cuando el mundo se vea envuelto en luchas religiosas, y las religiones arremetan entre sí como el embate de las olas, deseando destruirse mutuamente, el Señor de los cielos y la tierra hará surgir, con Sus propias manos y sin recurrir a ningún medio material, un movimiento nuevo en el que reunirá a todas las al- mas dignas y capaces, que comprenderán el verdadero objeto de la religión. Se les infundirá una nueva vida y el espíritu de la auténtica piedad y se les hará beber de la copa de la fuente del conocimiento divino (Marifat). Ciertamente, este mundo no llegará a su fin hasta que no se cumpla la profecía del Santo Corán anunciada hace mil trescientos años. Esta señal —que todas las naciones se unirán bajo una sola religión— no es la úni- ca señal divina sobre esta última época, pues el Santo

30  Al-Kahf, 18:100 (Editores)

Corán menciona también otras muchas señales como, por ejemplo, la construcción de numerosos canales pro- cedentes de los ríos, el descubrimiento de minerales en el interior de la tierra, la profusión de conocimiento se- cular, la aparición de medios para la publicación masiva de libros (esto se refiere a la imprenta), la invención de un medio de transporte que haría inútiles a los camellos y facilitaría la relación y comunicación entre la gente y haría posible la propagación de noticias e información, y la señal del eclipse solar y lunar en un mismo mes. Otra señal es la propagación en la tierra de una plaga tan severa, que ninguna ciudad o pueblo quedará a salvo de sus estragos. La muerte asolará al mundo, que quedará totalmente devastado. Ciudades enteras se borrarán del mapa, y otras se salvarán tras sufrir hasta cierto punto. Estos días estarán marcados por la ira divina, porque la gente no aceptará las señales mostradas a favor de Su Emisario y rechazará a Su Mensajero, que ha aparecido para la reforma de la humanidad, y lo llamará embuste- ro. Todas estas señales se han cumplido en esta época. Cualquier hombre inteligente entenderá con lucidez que Dios me ha enviado en un momento en que todas las señales del Santo Corán se han manifestado a mi favor. Aunque estas señales también se han mencionado en las tradiciones, aquí solamente he citado las del Santo Corán. Otra señal de la época del Mesías Prometidoas que menciona el Santo Corán es:

Es decir: “Un día con Tu Señor son como mil años según vuestros cómputos”. Siendo siete los días, se deduce de este versículo que este mundo también tendrá una

31  Al Hach, 22: 48 (Editores)

duración de siete mil años. Este período se inicia desde la época de Adán, de quienes somos descendientes. Sabemos por el Santo Corán que también han existido otros mundos antes que el nuestro, pero desconocemos qué tipo de gente habitaba en ellos. Al parecer, la duración del mundo es de siete mil años, y apuntando precisamente a este hecho se han fijado siete días para el mundo, cada uno de los cuales representa mil años. Desconocemos cuántos ciclos similares ha atravesado la tierra o cuántos Adanes aparecieron en su momento, pero lo cierto es que, al ser Dios el Creador Eterno, el mundo también debe ser eterno como especie, y no en su forma y manifestaciones. Los cristianos, desafortu- nadamente, creen que solamente han transcurrido seis mil años desde que Dios creó los cielos y la tierra y que antes se mantuvo eternamente ocioso. Nadie con un mí- nimo de sentido común puede aceptar esta doctrina. Sin embargo, nuestra doctrina, tal como enseña el Corán, es que Dios es el Creador Eterno y, si Le place, puede destruir los cielos y la tierra millones de veces y crear otros semejantes de nuevo. Él nos ha informado que la raza humana actual se originó con el primer Adán, nuestro antepasado común, que apareció después de las razas anteriores, y que el periodo de esta raza humana tendrá una duración de siete mil años. Estos siete mil años son en vista de Dios como siete días para el hom- bre. La ley divina ha decretado que la duración de cada “raza” sea de siete mil años, y para resaltar este hecho se han prescrito siete días para los seres humanos. En resumen, el periodo prescrito para los hijos de Adán es de siete mil años. En la época del Santo Profetasa habían transcurrido cinco de ellos o, en otras palabras, habían transcurrido cinco de los días de Dios, como se demues- tra por el valor numérico de las palabras del Sura Al-Asr del Sagrado Corán, es decir, durante la época del Santo Profetasa, cuando se reveló este Sura, había transcurrido, desde la época de Adán, el mismo periodo de tiempo que se deduce del valor numérico de estos versículos. Teniendo en cuenta estos cálculos, en la actualidad ya han transcurrido seis mil años y queda un millar de años más. Tanto en el Santo Corán como en la mayoría de las escrituras anteriores se había profetizado que el último Mensajero que aparecería en semejanza a Adán y que sería llamado el Mesías, debía aparecer al final del sexto milenio al igual que Adán, que nació al final del sexto día. Estas señales deberían ser suficientes para los que reflexionan.

Según el Santo Corán y otras escrituras divinas, los siete mil años se dividen como sigue: El primer milenio se caracteriza por la propagación de la guía y la virtud. El segundo milenio es la etapa del predominio de Satanás. El tercer milenio es la etapa de la virtud y la guía. El cuarto milenio, del predominio de Satanás. El quinto milenio, de la propagación de la virtud y la guía (este era el milenio en que nuestro señor y maestro, el Santo Profetasa, apareció para la reforma de la humanidad y en la que Satanás fue puesto en cautiverio). Después le sigue el sexto milenio, que es la época de la liberación y el predominio de Satanás (este milenio se extiende desde el final del tercer siglo de la era islámica hasta el comienzo del catorceavo siglo). Y el séptimo milenio es la época de la supremacía de Dios y de Su Mesías, de la virtud, la fe, la reforma espiritual, la piedad, y del establecimiento de la unidad de Dios y del culto divino, así como del predominio de la virtud y la guía. *

Estamos ahora en el comienzo del séptimo milenio. Después ya no queda margen para ningún otro Mesías, pues los periodos son solamente siete, y estos han sido divididos entre el bien y el mal. Todos los profetas ya habían mencionado esta división, bien sea de modo general o en detalle. Esta descripción se halla contenida en el Sagrado Corán, y de la misma podemos deducir claramente la profecía sobre el Mesías Prometidoas.

Cabe destacar que todos los profetas han anunciado, de un modo u otro, la época del Mesías y los conflictos del anticristo. Ninguna otra profecía se ha anunciado con tanta frecuencia y consistencia como la que todos los profetas hicieron respecto al último Mesías. Sin embargo, en la actualidad, todavía hay gente que duda de la autenticidad de esta profecía y exige pruebas del Santo Corán. Si hubieran reflexionado o meditado sobre el Santo Corán, habrían admitido que esta profecía se ha mencionado con tanta claridad en el Sagrado Libro, que nadie con sentido común hubiera demandado más detalles. Por ejemplo, según la Sura Al-Tahrim algunas personas de esta umma se llamarían “hijos de María”, por haber mencionado primero su semejanza a María e indicado a continuación que se les insuflaría un es- píritu santo semejante al de María. Esto significa que, tras adquirir el estatus de María, esta gente continuaría progresando hasta alcanzar el rango del Hijo de María. En este sentido, Dios Todopoderoso, a través de Su revelación, me ha llamado en primer lugar María, en Brahine Ahmadía:

“¡Oh María! Entra con tus amigos en el Paraíso”. Tam- bién ha dicho:

“¡Oh María! He insuflado en ti el espíritu de la Verdad” (En sentido metafórico, esto significa que María queda- ría embarazada de la Verdad).

Y finalmente dijo:

Es decir: “¡Oh Jesús! Yo te haré morir y te exaltaré hacia Mí”. Aquí, tras haber sido ensalzado con el rango de María, he sido llamado “Isa” o el Hijo de María, cum- pliéndose así la promesa contenida en la Sura Al Tahrim.

En la Sura Al-Nur también está escrito que todos los ca- lifas provendrán de esta umma (comunidad) y tal como se desprende del Santo Corán, esta umma atravesaría dos periodos de gran tribulación. El primero es el que sucedió tras el fallecimiento del Santo Profetasa, cuando Abu Bakr se convirtió en Jalifa, y el segundo ocurriría en tiempos del Anticristo, que coincidiría con la venida del Mesías. Para implorar protección de este mal, el Santo Corán enseña:

La Sura Al-Nur contiene otra profecía sobre esta época:

Este versículo, combinado con el anterior, significa que Dios dice que, en los últimos días, el islam sufrirá una gran tribulación y surgirá el temor a que se extinga esta religión, pero Dios la establecerá de nuevo sobre la

  • [“Guíanos por el camino recto, el camino de aquellos…] que no han incurrido en el enojo y de los que no se han extraviado.” Al Fatihah, 1;7 [Editores]]
  • Al-Nur, 24: 56 [Editores] 

tierra y, después de un gran temor, concederá la paz y la tranquilidad, como indica en este otro versículo:

Es decir, Él es el que envió a Su Mensajero para que el islam prevaleciera sobre todas las religiones. Esto alude también a la época del Mesías Prometidoas, como dice el versículo:

Según el Santo Corán, la época del Mesías Prometidoas se asemeja a la época de Hazrat Abu Bakr. Esta evi- dencia del Santo Corán debería ser suficiente para los que reflexionan, pero si alguien la considera inconclusa, deberá admitir que la Torá no contiene ninguna profecía sobre Jesús ni el Santo Profetasa, pues las palabras que emplea son confusas, y esta fue la causa del tropiezo y el rechazo de los judíos. Por ejemplo, si la Torá hubiera profetizado claramente respecto al Santo Profetasa que nacería en la Meca, se llamaría Muhammad, que su padre se llamaría Abdul’lah y su abuelo, Abdul Mutlib, que sería descendiente de los Hijos de Ismael, emigraría a Medina y aparecería en un momento determinado después de Moisés, ningún judío lo hubiera rechazado al ver estas señales. En cuanto a la profecía sobre Jesús, los judíos afrontaron aún mayores dilemas, lo que hace pensar que están justificados en su rechazo a aceptarlo, pues según la profecía de la Sagrada Escritura respecto a Jesús, el verdadero Mesías no aparecerá hasta que el

  • Al-Saff, 61:10 [Editores]
  • “Nosotros mismos hemos revelado esta Exhortación y ciertamente seremos su Guardián.” Al-Hichr, 15:10 [Editores]

Profetasa Elías no haya regresado al mundo. Elías aún no ha venido. El Libro de Dios dice que era imperativo que antes de la venida del verdadero Mesías, que provendría de Dios, Elías apareciera de nuevo en el mundo. Aunque el Mesías dejó claro que esta profecía no debía inter- pretarse como la venida de Elías en persona sino del semejante a Elías, los judíos consideraron que era una interpolación en la palabra de Dios y siguen empeñados en que se les ha prometido el regreso de Elías. Esto demuestra que las profecías relativas a los profetas son siempre sutiles para que pueda hacerse una distinción entre el bien y el mal.

Aparte de esto, una proclamación basada en la verdad no se limita a producir un solo tipo de evidencia a su favor, ya que se asemeja a los diamantes auténticos que destellan brillo desde todos los ángulos. Afirmo, pues, categóricamente que mi proclamación de ser el Mesías Prometidoas es tan resplandeciente que brilla desde cualquier ángulo. En primer lugar, ya han transcurrido aproximadamente veintisiete años desde mi proclama- ción de haber sido enviado por Dios y de recibir revela- ciones divinas, muchos años antes de la publicación de Brahine Ahmadía. Además, ya han pasado 24 años desde que se registró tal proclamación en Brahine Ahmadía. Cualquier persona sensata entenderá que algo basado en la falsedad no puede persistir durante largo tiempo. Por muy embustero que sea alguien, no llegará a ser tan atrevido como para prolongar una mentira durante el lapso que tarda un hombre en nacer hasta llegar a ser padre. También es inconcebible que Dios ayude a una persona sabiendo que cada mañana, durante veintisiete años, ha calumniado a Dios, se ha dedicado a fabricar revelaciones y profecías, atribuyéndoselas a Él, y cada día ha afirmado ser receptor de la revelación divina y de la Palabra divina; a pesar de saber Dios que es un embustero y que nunca ha sido receptor de Su revela- ción ni de Su palabra. No es posible que Dios ayude a alguien a quien considera maldito y haga florecer a su comunidad, frustrando los designios de sus enemigos. Otro argumento que demuestra categóricamente lo cierto de mi verdad y que es prueba de que procedo de Dios, proviene de las profecías que me fueron reveladas en un momento en me hallaba totalmente solo y no era conocido por nadie; es decir, en la época en que solía escribir Brahine Ahmadía en completa soledad y nadie, excepto Dios, conocía mis circunstancias. En aquel momento de soledad y desamparo, Dios, dirigiéndose a mí, hizo algunas profecías respecto a mí, que quedaron registradas en aquella época en Brahine Ahmadía y se publicaron en todo el país. Estas son las profecías:

¡Oh mi Ahmad! Tú eres mi propósito y estás Con- migo. Tu secreto es mi secreto. Eres para Mi como Mi Unidad y Mi Unicidad. Está cercano el momento en el que se preparará a la gente para tu ayuda y se te concederá reputación entre ellos. Tienes ante Mis ojos un estatus y un rango que el mundo desconoce. Dios te ayudará en todos los ámbitos. Posees honor ante Mis ojos. Te he escogido para Mí. Haré que mucha gente te siga y tú serás su imam. Inspiraré a los corazones de la gente para que te presten ayu- da con su riqueza, y recibirás ayuda financiera de lugares remotos. La gente acudirá a visitarte desde lugares lejanos. No habrás de ser descortés con ellos, y no deberás sentir fatiga ante la presencia de multitud de visitantes y debes pedirle a Dios: “No me abandones, pues Tú eres el mejor Compañero”. Dios te concederá compañeros semejantes a “la gente del banco”. ¿Sabes quiénes son la gente del banco? Verás que las lágrimas caen de sus ojos y dirán: “¡Señor nuestro! Hemos escuchado la voz de el que invitaba a la gente a la fe”. Te haré vicario en la tierra. La gente preguntará con desprecio: ¿Cómo es posible que puedas tener este rango? Diles: Dios posee poderes extraordinarios. Nadie puede cuestio- nar nada de lo que hace. Es Él Quien pedirá cuentas de todo lo que decís”. Dirán: “No es más que una invención”. Diles: “Dios es Quien ha iniciado esta tarea”, y déjalos sumidos en sus frivolidades. Dios es Aquel que ha enviado a Su Mensajero con la Guía y la verdadera fe, con el fin de que prevalezca sobre todas las demás doctrinas. La gente intentará apagar la luz que Dios desea propagar en el mundo, pero Dios la perfeccionará, es decir, la llevará a los corazones dispuestos a recibirla, les guste o no a los incrédulos. Dios te librará de su maldad, incluso aunque la gente no lo haga. Tú estás ante Mis ojos. Te he llamado “Mutawakkil” [quien deposita su confianza en Dios]. Dios no te abandonará hasta que no haya realizado una distinción entre el bien y el mal. Se sacrificarán dos corderos y todo el que mora en la tierra conocerá la muerte. Es posible que lo que tú consideres malo sea bueno para ti, y también es posible que lo que a tu parecer sea bueno resulte malo para ti. Dios conoce lo que es mejor para ti. Mas tú lo desconoces.

Cabe destacar que estas revelaciones se mencionan cuatro profecías extraordinarias:

  1. La primera la recibí cuando vivía en soledad y no contaba con la compañía de nadie. En aquel momento, hace aproximadamente veintitrés años, Dios me dio la buena nueva de que ya no permanecería solo y llegaría el momento –en realidad, estaría muy cerca– en que se unirían a mí grandes multitudes que acudirían a visitarme desde lugares muy remotos, y que su número sería tan elevado que posiblemente me sintiera fatigado o les mostrara descortesía. Me dijo que no lo hiciera.
  2. La segunda es que recibiría abundante ayuda financiera de estas personas. Respecto a estas profecías, el mundo puede atestiguar que cuan- do escribí estas profecías en Brahine Ahmadía, vivía solo y en el anonimato en el desconocido pueblo de Qadian. Sin embargo, antes de trans- currir diez años, la gente comenzó a unirse a mí de acuerdo con la profecía divina, y comenzó a prestarme ayuda financiera, hasta tal punto, que en la actualidad el número de personas que ha realizado el pacto de adhesión a mi Comunidad asciende a más de doscientos mil.
  3. La tercera profecía, que está implícita en las dos anteriores, es que la gente intentará destruir esta Comunidad y extinguir su luz, pero fracasarán en sus intentos. No hay cura para quien decide no creer, pero lo cierto es que estas tres profecías son tan brillantes como la luz del sol. Predecir el éxito y el apoyo divino a favor de alguien que ha vivido en el anonimato, la soledad y el desamparo sin que existiera ningún indicio de que se convertiría en líder de millones de per- sonas o recibiría miles de rupias, está fuera de la razón y percepción humanas. Si hay alguien que lo niegue, que produzca algo semejante y lo especifique. El significado de esta profecía, combinada con las dos anteriores, es que la gen- te hará lo posible por impedir su cumplimiento, pero Dios hará que se cumpla. Todo el que contemple las tres profecías en su conjunto se verá obligado a admitir que esto no es obra del hombre, ya que el hombre ni siquiera es capaz de predecir cuánto tiempo va a vivir.
  1. La cuarta profecía contenida en las revelaciones anteriores es que dos de mis seguidores serían martirizados en breve. Esta profecía se cumplió cuando Sheij Abdur Rahman fue martirizado bajo las órdenes del Amir Abdur Rahman, el gobernador de Kabul, y Sahibzada Abdul Latif Jan Sahib fue martirizado a instancias del Amir Habibul-lah.

Aparte de esto, también se han cumplido miles de otras profecías en su momento. En una ocasión informé a Maulvi Hakim Nuruddin Sahib que tendría un hijo con abscesos en su cuerpo. Y así sucedió: tuvo un hijo con llagas en su cuerpo. Creo que Maulvi Sahib está presente en este Yalsa. Cualquier persona del público puede pe- dirle que confirme bajo juramento si esto es cierto o no.

Por otro lado, Abdur Rahim Khan, hijo de Sardar Muhammad Ali Khan, un jefe de Malik Kotla, cayó gravemente enfermo y contaba con pocas esperanzas de vida. Sin embargo, Dios me informó a través de Su revelación que el muchacho se recuperaría a través de mi intercesión. Oré, pues, por él, con simpatía y compasión, y el muchacho recobró la salud, como si hubiera vuelto a la vida. Del mismo modo, otro hijo suyo, Abdullah Khan, también cayó gravemente en- fermo y cuando estaba al borde de la muerte recibí la buena nueva de que se recuperaría, y también se curó gracias a mis plegarias.

Existen otras muchas señales de este tipo, que, si se des- cribieran aquí, este discurso no terminaría ni en el plazo de diez días, y el número de gente que ha atestiguado estas señales es tan cuantioso, que no se puede contar por unidades, sino por cientos de miles.

En mi libro Nuzul-ul-Masih, que se va a publicar en breve, se seleccionado ciento cincuenta señales de todo tipo. Algunas de ellas han aparecido en los cielos, otras en la tierra; algunas –que ya se han cumplido– están relacionadas con mis amigos y otras con mis enemigos; algunas se refieren a mi persona y otras a mis hijos; y otras se han manifestado a través de mis adversarios sin ninguna implicación por parte mía. Por ejemplo, Maulawi Ghulam Dastagir Sahib de Qasur me desafió a un Mubahala (duelo de oración) en su libro Fath-e-Ra- hman, y oró para que Dios hiciera morir a aquel de nosotros dos que fuera falso. Pues bien, Maulavi Sahib murió al cabo de tan solo unos pocos días después de la oración y dio así testimonio de mi verdad. Existen además miles de personas a las que Dios, a través de sueños, ha informado de mi veracidad.

Estas señales son tan claras y categóricas que quien las observe en su conjunto no tendrá más opción que creer en ellas. Incluso algunos adversarios de esta época dicen estar dispuestos a creer en el supuesto de disponer de pruebas del Santo Corán. Mi respuesta, como ya he mencionado antes, es que el Santo Corán contiene suficiente evidencia a favor de mi condición de Mesías. Además, creo que es una clara impertinencia imponer tales condiciones. Para demostrar la veracidad de una persona no es necesario que las sagradas escrituras contengan profecías específicas. Si este requisito fuera esencial, hubiera sido imposible demostrar la condición de profeta de ningún profeta.

Lo cierto es que para juzgar la reivindicación de un profeta es preciso, en primer lugar, considerar si ha venido en tiempos de necesidad. Por otro lado, hay que considerar si ha aparecido en el momento predicho por los anteriores profetas. Además, hay que considerar si cuenta con el apoyo divino y si ha respondido satisfac- toriamente a todas las objeciones planteadas por sus adversarios. Este son los criterios que deben cumplirse a la hora de considerar si alguien es verdadero en su reivindicación.

El estado de esta época clama sin duda la necesidad de un reformador divino que pueda librar al islam de las di- sensiones internas y los desafíos externos, establecer de nuevo la espiritualidad perdida, fortalecer las raíces de la fe inculcando de nuevo la certeza y salvar a la gente del pecado y la transgresión, guiándolos hacia la piedad y la rectitud. Mi aparición en tiempos de necesidad es tan evidente que, en mi opinión, nadie salvo los más prejuiciosos, puede negarlo.

La segunda condición, a saber, que el demandante debe aparecer en el tiempo anunciado por los profetas, también se ha cumplido con mi venida. Los profetas anunciaron que el Mesías aparecería al final del sexto milenio después de Adán. El sexto milenio, según los cálculos del calendario lunar, transcurrió hace mucho tiempo y, según los cálculos del calendario solar, está a punto de terminar. Además, el Santo Profetasa dijo en un Hadiz que al inicio de cada siglo aparecería un Refor- mador (Muyaddid) para revivir la religión. El año 21 ya ha transcurrido y estamos en el año 22 del catorceavo siglo. ¿No es esta una señal de que el Reformador ha venido?

La tercera condición, referente al apoyo divino, tam- bién se ha cumplido con mi venida. En este país, los oponentes de cada religión han intentado destruirme sin escatimar ningún tipo de esfuerzo en este empeño. Sin embargo, se han visto frustrados en todos sus designios. Ninguna religión de este país ha podido decir con or- gullo que sus seguidores no hayan hecho lo posible por destruirme. Sin embargo, a pesar de sus intentos, Dios me ha honrado y ha hecho que miles de personas me sigan. Si esto no es el socorro divino, ¿qué es entonces? Todo el mundo sabe que la gente de cada comunidad ha hecho lo posible por destruirme. Sin embargo, no solo no han conseguido eliminarme, sino que he continuado progresando cada vez más, hasta el punto de contar con una comunidad de más de doscientas mil personas. Si no hubiera recibido el apoyo de la Mano Oculta de la divinidad, y mi misión se hubiera basado en el artificio humano, habría sido blanco de cualquiera de las flechas lanzadas contra mi, y habría sido destruido hace mucho tiempo, sin que existiera rastro de mi tumba. La razón de ello es que Dios mismo se convierte en enemigo de quien Le atribuye falsedad, y son muchos los métodos para su destrucción. Sin embargo, Dios, tal como me prometió hace veinticuatro años, me ha salvado de todos los designios de mis enemigos.

Otra señal del apoyo divino manifiesto es que en la épo- ca de Brahine Ahmadía, cuando vivía en plena soledad y anonimato, Dios me informó con palabras claras que acudiría en mi ayuda, me concedería un gran número de seguidores y frustraría los designios de mis enemigos. Una reflexión imparcial os hará ver cuán prominente es este apoyo y qué clara es esta señal. ¿Existe bajo los cielos hombre o demonio alguno que posea el poder de anunciar semejante profecía en un momento de ano- nimato y de hacer que se cumpla sin que los miles de personas que se levantaron lo pudieran impedir?

La cuarta condición —si el demandante consiguió res- ponder satisfactoriamente a todas las objeciones levan- tadas contra él— también se ha cumplido con claridad en mi caso. La objeción más notable de mis oponentes era si el mismo Jesús volvería al mundo como Mesías Prometido. En respuesta, les dije que el Santo Corán demuestra que Jesús ha fallecido y no retornará de nin- guna manera al mundo, como el Santo Corán afirma, en palabras del mismo Jesús:

Este versículo, en su contexto, significa que cuando Dios pregunte a Jesús en el Día de la Resurrección si fue él quien enseñó a sus seguidores que le adoraran a él y a su madre, responderá: “Señor mío, si lo hubiera dicho, Tú ciertamente lo hubieras sabido, pues Tú eres el Co- nocedor de las cosas ocultas. No les he dicho sino lo que Tú me ordenaste: que Dios es Único y sin compañero y yo soy Su mensajero. Supe de su condición mientras permanecí entre ellos, pero desde que me hiciste morir,

  • “Pero desde que me hiciste morir, Tú has sido Su Vigilante” (Al Maidah, 5:118) [Editores]

Tú has sido su testigo y no tengo ningún conocimiento de lo que hicieron después de mí’”.

De estos versículos se deduce que Jesús dirá: “Mientras vivía, los cristianos no se descarriaron, pero al morir, no tengo conocimiento de lo que les sucedió”. Por lo tanto, si admitimos que Jesús está aún vivo, también tendríamos que admitir que los cristianos aún no se han descarriado y siguen la verdadera religión. Aquí, Jesús expone su desconocimiento, diciendo que solo conocía la condición de su gente mientras estaba con ellos, pero ignoraba lo que hicieron después de que Dios le hiciera morir. Si fuese cierto que Jesús retornará al mundo después de la resurrección y luchará al lado del Mahdi contra los infieles, entonces —que Dios nos perdone— este versículo del Corán debería considerarse falso, y tendríamos que admitir que Jesús mentirá a Dios en el Día de la Resurrección e intentará ocultar el hecho de haber regresado de nuevo al mundo y haber combati- do durante cuarenta años a los cristianos junto con el Mesías. Todo el que crea en el Sagrado Corán se dará cuenta que este único versículo es suficiente para rebatir la idea de que aparecerá un Mesías sanguinario y que Jesús bajará de los cielos para ayudarle. Quien mantiene esta creencia se aparta del Santo Corán.

Mis oponentes, al ver que se rebaten así sus objeciones, alegan, como último recurso, que mis profecías no se han cumplido, como es el caso de mi profecía sobre Atham. Mi pregunta es ¿dónde está Atham? Precisamente, la esencia de mi profecía era que el embustero moriría du- rante la vida del verdadero. Pues bien, Atham ha muerto y yo sigo vivo. Lo cierto es que el cumplimiento de esta profecía era condicional, es decir, el plazo de la profecía era condicional, y Atham cumplió con la condición en tanto en cuanto sintió temor por la profecía, por lo que se le dio una tregua de unos meses. Es de lamentar que los que levantan tales objeciones no parecen recordar que la profecía realizada por el Profeta Jonás tampoco llegó a cumplirse a pesar de que, según el libro de Jo- nás, la profecía no era condicional. El hecho es que las profecías sobre un castigo inminente no son categóricas, sino que están condicionadas al arrepentimiento, la caridad, la entrega de limosnas, la oración, e incluso el temor, y todos estos factores pueden demorar este tipo de profecías, o incluso evitarlas. De lo contrario, Jonás no sería considerado un profeta divino al no haberse cumplido su profecía. Cuando Dios se propone castigar a un transgresor, tal castigo puede evitarse a través de la caridad, la limosna, la oración e incluso mediante el temor. Por lo tanto, el único significado de una ‘profecía de advertencia’ es que Dios ha decidido castigar a una persona y ha informado de Su intención a un profeta Suyo. Es, pues, pura necedad creer que una profecía pueda evitarse a través de limosnas, caridad y oraciones mientras no se haya informado a ningún profeta de ella, pero no pueda impedirse una vez que se le haya infor- mado de la misma. Esta afirmación es un ataque a todos los profetas.

Además, algunas profecías son escuetas y otras son muy parecidas, y su significado solo se esclarece con el tiempo. Los profetas también pueden equivocarse en ocasiones a la hora de interpretar una profecía, y no hay nada que objetar a ello, pues los profetas son también humanos. Jesús dijo en una ocasión que sus doce dis- cípulos se sentarían en doce tronos en el Paraíso. Sin embargo, esto no ocurrió, pues uno de ellos se volvió apostata y mereció el infierno. También dijo que algunas personas de su época estarían aún vivas cuando él regre- sara, pero esto tampoco sucedió. Igualmente, tampoco se cumplieron muchas otras profecías de Jesús debido a errores de interpretación.

Por el contrario, mis profecías son de tal calibre, que si alguien las escucha con paciencia y sinceridad, descu- brirá que son más de cien mil las señales y profecías que se han manifestado a mi favor. Es de extrema insolencia ignorar los millares de profecías que se han cumplido, y provocar un revuelo y convertir en blanco de críticas a una profecía que no se haya entendido, decidiendo el asunto en base a la misma. Espero, y estoy seguro de ello, que cualquiera que decida permanecer conmigo durante cuarenta días será testigo de alguna señal. Ter- mino aquí con la convicción de que lo que he afirmado será suficiente para un buscador de la verdad.

  • La paz sea con quien sigue la guía. [Editores]

Nota

 Una persona cuyo nombre es Hakim Mirza Mahmud Irani me ha pedido en una carta fechada el 2 de septiem- bre de 1902 que aclare el significado del versículo:

En primer lugar, debe quedar claro que este versículo comprende tantos secretos que será imposible abarcar- los todos aquí, pues bajo el significado aparente de este versículo subyace un significado oculto. Sin embargo, el significado que Dios me ha revelado es que este ver- sículo, cuando se lee junto con el versículo precedente y los versículos siguientes, constituye una profecía sobre el Mesías Prometido, y especifica el tiempo de su ad- venimiento. Su significado es que el Mesías Prometido también es Dhulqarnain, porque la palabra árabe qarn denota ´un siglo´ y este versículo indica que el naci- miento y el advenimiento del Mesías Prometido tendrá lugar en el lapso de dos siglos. Esto se aplica claramente a mi persona, pues he vivido en dos siglos de acuerdo con el calendario islámico, cristiano o bikrami, y mi nacimiento y advenimiento no han tenido lugar en un mismo siglo. Por lo tanto, a mi entender y de acuerdo con todas las religiones, mi nacimiento y llegada no se han limitado a un solo siglo, sino a dos siglos. En este sentido, yo soy Dhulqarnain. En algunas tradiciones, el Mesías Prometido también ha sido llamado Dhulqarnain

  • “Lo encontró poniéndose en un charco de aguas (Al Kahf, 18:87) [Editores]

y su significado coincide exactamente con el mismo que acabo de mencionar.

La interpretación del resto de este versículo, que aparece en forma de profecía, es que dos naciones importantes habrán recibido la buena nueva de la venida del Mesías Prometido, y serán las primeras a las que se dirigirá el Mesías Prometido. Dios Todopoderoso dice, en forma de metáfora, que el Mesías Prometido, o Dhulqarnain, hallará dos naciones durante el transcurso de su viaje. Una de las naciones estará sumida en las tinieblas y estará asentada en un estanque agua fétida que no será apropiada para beber, y estará tan llena de fango que apenas podrá llamarse agua. Esta metáfora se refiere a los cristianos, que están en la oscuridad, y han con- vertido al manantial mesiánico en un fango putrefacto a causa de sus faltas. En su segundo viaje, el Mesías Prometido, o Dhulqarnain, ve a algunas personas que están sentadas bajo la luz ardiente del sol sin ninguna protección, y esta luz solar, en lugar de beneficiarlos, quema sus cuerpos y ennegrece su piel. Esta es la na- ción de los musulmanes, que están expuestos a la luz de la Unidad de Dios —Tauhid— y éstos, en lugar de beneficiarse de la misma, se abrasan por el calor. Han perdido la verdadera belleza y las auténticas cualidades morales de la fe y han adoptado el fanatismo, la malicia, la agresividad y el barbarismo.

En resumen, Dios Altísimo ha indicado aquí que el Mesías Prometido, que es Dhulqarnain, aparecerá en un momento en que los cristianos estarán sumidos en las tinieblas y tendrán reservado un barrizal fétido, llamado hama en árabe. En cuanto a los musulmanes, no poseerán nada salvo una creencia superficial en la Unidad de Dios y sufrirán las quemaduras del prejuicio y la barbarie al perder toda la espiritualidad.

Entonces, el Mesías Prometido, que es Dhulqarnain, en- contrará un tercer pueblo que estará sufriendo a manos de Gog y Magog. Estas personas serán profundamente religiosas y piadosas por naturaleza, y pedirán la ayuda de Dhulqarmain (el Mesías Prometido) para librarse de los ataques de Gog y Magog. Él erigirá para ellos una muralla brillante, es decir, les mostrará argumentos sólidos a favor del islam, para repeler definitivamente los ataques de Gog y Magog. Secará sus lágrimas, los ayudará en todo lo posible y estará con ellos. Esto se refiere a la gente que me acepta.

Se trata de una profecía extraordinaria, que predice mi aparición, mi época y mi comunidad. Bendito es aquel que lee estas profecías con atención. El Sagrado Corán contiene muchas profecías de esta clase, en las que, aun- que menciona a gente del pasado, su objetivo real es dar noticias del futuro. La Sura Yusuf, por ejemplo, también contiene una profecía de este tipo. Aunque a primera vista parezca una narración, contiene una profecía ocul- ta, a saber, predice que lo mismo que ocurrió con José

—que al principio sufrió el desdén de sus hermanos, pero al final se convirtió en su líder— ocurrirá también con los quraishíes, que rechazaron al Santo Profetasa y lo expulsaron de la Meca, pero aquel que había sido rechazado se convirtió en su jefe y líder.

Sorprende que, a pesar de que el Santo Corán ha anun- ciado repetidamente profecías sobre el Mesías Prometi- do, es decir, sobre mi persona, aquellos que carecen de percepción espiritual siguen insistiendo en que el Libro Sagrado no menciona en absoluto al Mesías Prometido.

Estas personas no se diferencian de los cristianos que siguen afirmando que la Biblia no contiene ninguna profecía sobre el Santo Profetasa.

  • Sus ojos, oídos y mente están despiertos Mas me asombra que a Dios no puedan verlo Su arco, de flechas está repleto

Aunque la presa está cerca, apuntan muy lejos. [Editores]

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