Discurso magistral del Jalifa del Islam en una recepción especial celebrada en Estocolmo, Suecia
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)

Discurso magistral del Jalifa del Islam en una recepción especial celebrada en Estocolmo, Suecia

Jalifa de la Comunidad Musulmana Ahmadía

El 17 de mayo de 2016, el líder mundial de la Comunidad Musulmana Ahmadía, Quinto Jalifa, Su Santidad, Hazrat Mirza Masrur Ahmad pronunció un discurso magistral en la recepción especial que tuvo lugar para conmemorar su primera visita a Estocolmo, la capital de Suecia. Más de 60 personalidades e invitados, que incluían a varios miembros del Parlamento, participaron en la recepción vespertina, que tuvo lugar en el hotel Sheraton del centro de Estocolmo. Anteriormente, varios parlamentarios suecos dirigieron algunas palabras a los invitados. A continuación, presentamos el discurso principal pronunciado por Su Santidad.

Hazrat Mirza Masrur Ahmad, (aba), Jalifatul Masih V, líder mundial de la Comunidad Musulmana Ahmadía dijo:

“Bismillahir-Rahmanir-Rahim – en el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso.

A todos los distinguidos invitados, Assalamo Alaikum Wa Rahmatullahe Wa Barakatohu – que la paz y las bendiciones de Al-lah sean con todos ustedes.

En primer lugar, me gustaría aprovechar esta oportunidad para agradecerles que hayan aceptado nuestra invitación para el evento de hoy. Hoy el mundo está atravesando una etapa difícil. Considero que, en el presente, la paz del mundo es el problema más crucial y urgente al que nos estamos enfrentando. En estos momentos tan difíciles, ¿cómo podemos abordar la situación?

Considero que es imperativo que toda la humanidad, independientemente de su credo, casta o color, se esfuerce en preservar los valores humanos básicos de paz, compasión, tolerancia y respeto mutuo.  No hay cabida en el mundo para la discriminación basada en las creencias, la religión o la raza de las personas y, por tanto, tanto el Estado como el clero deben de estar libres de prejuicios. Cada individuo debe poseer la libertad de creer en aquello que desee, porque la creencia es un asunto personal que pertenece a la mente y al corazón del individuo, y, por lo tanto, cada persona debe tener la libertad de profesar su religión y seguir sus enseñanzas.

Como he dicho, debido a la urgente necesidad del momento, debemos dar todos prioridad al logro de nuestras aspiraciones colectivas; o, en otras palabras, luchar por establecer la paz verdadera y duradera en el mundo. Lamentablemente, el centro de la inestabilidad del mundo y del derramamiento de sangre radica en el mundo musulmán, porque sus líderes y gobiernos han sido negligentes con las verdaderas enseñanzas de su religión. Sin embargo, aquellos que viven en occidente o en otras partes del mundo no deben considerarse inmunes ante este peligro, porque el mundo se ha reducido al tamaño de una aldea global interconectada.

Por lo tanto, el desorden vigente en una determinada parte del mundo ya no puede considerarse como un problema local, o de alcance limitado. En la actualidad vemos como la inestabilidad del mundo musulmán está afectando de forma progresiva a otras partes del mundo, y ciertamente también ha tenido un impacto aquí, en Suecia. Como es ahora mucho más fácil viajar grandes distancias, el pasado año, cientos de miles, o quizá millones de personas, han huido de sus países destruidos por la guerra en Siria e Irak en busca de un futuro mejor en este mundo occidental.

Debido a la generosidad del gobierno sueco y su población, este país ha aceptado ciertamente a más refugiados de los que le corresponde, si lo comparamos proporcionalmente al tamaño de su nación. Este gesto y esta voluntad de absorber a tantos refugiados es muy loable, y demuestra que Suecia está llena de gente amable y sincera. Su benevolencia obliga y exige a los refugiados e inmigrantes que vienen aquí a vivir pacíficamente, y a permanecer agradecidos y endeudados con el gobierno y con la gente de esta nación.

De hecho, el fundador del islam, el Santo Profeta Muhammad (as) enseñó que una persona que no es agradecida con sus semejantes no puede considerarse agradecida con Dios Todopoderoso.  Por lo tanto, los refugiados e inmigrantes musulmanes tienen la responsabilidad religiosa de tener presente los favores que han recibido de este país, donde se les ha permitido vivir y obtener el beneficio del Estado.

Los refugiados han huido de sus vidas anteriores en busca de paz y, por tanto, ahora que han obtenido refugio aquí, es imperativo que vivan aquí en paz y cumplan con las leyes del país. Todos los inmigrantes tienen el deber de integrarse, y recordar que el Santo Profeta del islam (sa) enseñó que los inmigrantes deben permanecer completamente fieles y leales a sus naciones adoptivas, y deben utilizar todas sus habilidades para ayudar al progreso y prosperidad del país.

Además, también es responsabilidad de las autoridades y de los gobiernos garantizar que no acaben por ignorar los derechos de sus propios ciudadanos en la preocupación por reasentar a los refugiados. De hecho, ya han aparecido algunos informes según los cuales algunos ciudadanos de este país han mostrado su descontento ante la prensa alegando que se está dando un trato preferencial a los refugiados. Según uno de esos informes, una mujer sueca anciana no recibió el tratamiento médico adecuado, e incluso se vio privada de recibir una alimentación correcta en el hospital, mientras que al mismo tiempo, a los refugiados se les está dando un trato muy favorable.

Dios sabe mejor que nadie cual es la realidad y exactitud de estos informes, pero si hubiese algo de verdad en ellos, puede ser alarmante y peligroso.  Si continuara existiendo un trato preferencial hacia los inmigrantes, esto podría generar serias implicaciones a largo plazo. Tales injusticias naturalmente propiciarán el resentimiento y la frustración en los corazones de la población local, que fácilmente podría escalar al odio contra de los refugiados. La población sueca es reconocida por su generosidad, y por abrir sus corazones a los demás, pero si se les discrimina, podrían cambiar su actitud, lo que perjudicaría y amenazaría a la paz de la sociedad.

En lugar de recoger los efectos positivos de la inmigración y de la integración, podría conducir a un aumento del conflicto y del odio. Por lo tanto, me gustaría sugerir y aconsejar al gobierno y a los políticos que garanticen que los derechos de la población local no se vean afectados ni ignorados indebidamente. Este asunto es muy delicado y debe ser gestionado con una precaución extrema, porque el resentimiento de la población local puede provocar una reacción en cadena extremadamente peligrosa.

La población local podría volverse hostil hacia los refugiados y esto, a su vez, podría conducir a la marginación de la población inmigrante. Este sentimiento de aislamiento podría provocar que algunos refugiados fueran vulnerables a ser radicalizados por los extremistas. De esta manera se crearía un círculo vicioso extremadamente peligroso que amenazaría la paz y la seguridad de esta nación. Si, (Dios no lo quiera), estos extremistas fueran capaces de radicalizar incluso a unas pocas personas, esto originaría una grave amenaza y perjuicio para la paz, seguridad y prosperidad de esta nación. Como he mencionado, hay que buscar un equilibrio y, por tanto, se debe proceder con cautela. A la vez que el gobierno debe ayudar a que los refugiados se asienten, también deben informarles de que se espera que se valgan por sí mismos y contribuyan a la sociedad lo antes posible.

Por otro lado, también se debe recordar a la población local que Suecia ha elegido acoger a los refugiados porque su obligación moral es servir a la humanidad, y por tanto la sociedad debe recibir a los que llegan con un espíritu de solidaridad y compasión. Me gustaría reiterar que es crucial que preste especial atención a la integración del creciente flujo de inmigrantes en la sociedad, pues de lo contrario, la situación podría tener efectos irreversibles. En relación con las enseñanzas del islam, me gustaría asegurarles que el islam es una religión de paz, seguridad y amor para todos.

El islam requiere que los musulmanes amen y sean leales al país, y cumplan con sus leyes. Este es el mensaje que los imames y clérigos musulmanes deberían estar manifestando a todos los refugiados musulmanes que están llegando a occidente. Deberían decirles que, como parte de sus obligaciones islámicas, deben estar agradecidos con su nueva nación y población adoptiva. Se les debería recordar que les ha sido otorgado un nuevo hálito de vida y la oportunidad de educar a sus hijos en un país libre de guerras y desorden; y por tanto, es necesario que valoren y aprecien su nuevo hogar.

A continuación, me gustaría presentar algunas enseñanzas islámicas que creo que pueden jugar un gran papel en la promoción de la paz a nivel local, nacional y ciertamente a nivel internacional.

En el capítulo 5, versículo 9 del Sagrado Corán, Al-lah el Todopoderoso declara:

“¡Oh vosotros los que creéis!  Sed perseverantes en la causa de Al-lah en calidad de testigos justos; y que la enemistad de un pueblo no os incite a actuar con injusticia. Sed siempre justos, porque esto está más cerca de la virtud. Y temed a Al-lah. En verdad, Al-lah es consciente de lo que hacéis.”

Las palabras de este versículo son extremadamente claras y en ellas se instruye a los musulmanes a que nunca guarden rencor, o busquen venganza de sus enemigos. Al contrario, se les enseña a ser siempre justos en todos los asuntos y en cualquier circunstancia. Observen de qué manera tan bella este mandamiento es capaz de promover la paz en una sociedad.  El islam no sólo indica que los musulmanes deben ser justos, sino que también ha establecido los estándares de justicia necesarios. En el capítulo 4, versículo 136, Al-lah el Todopoderoso ha dicho:

“¡Oh vosotros los que creéis!  Sed estrictos en la observancia de la justicia, actuando de testigos por la causa de Al-lah, aunque sea contra vosotros mismos, vuestros padres y familiares.”

Por tanto, el islam enseña que un musulmán debe estar dispuesto a testificar contra sí mismo, sus padres o sus seres queridos, con el propósito de establecer la verdad, y para que prevalezca la justicia. Ciertamente, no puede haber un estándar de justicia más elevado que este y, por tanto, este precepto es la clave para establecer la verdadera paz en el mundo.

Otro principio de oro para el establecimiento de la paz lo podemos encontrar en el capítulo 49, versículo 10 del Sagrado Corán, donde se declara que, si hay disputas entre naciones o grupos, una tercera parte debe mediar y tratar de buscar una resolución pacífica para el conflicto.

Si no es posible una resolución pacífica, entonces las demás naciones deben unirse conjuntamente para detener las crueldades e injusticias que se están cometiendo.

Si el mundo es capaz de comprender el verdadero valor de este principio, entonces hay aún tiempo para que la humanidad pueda librarse de las garras de una guerra a mayor escala.

En el poco tiempo disponible, he intentado presentar algunos ejemplos que demuestran que el islam no tiene nada que ver con lo que quizá hayan escuchado o leído en los medios de comunicación.

El Corán no es, (Dios lo prohíba), un libro de terrorismo o extremismo, sino que es una enseñanza de amor, compasión y humanidad. Si los países musulmanes actuaran según las verdaderas enseñanzas de su religión, entonces no habría guerras civiles ni conflictos, y tampoco posibilidad de que sus problemas se exportaran al exterior. Ciertamente, si deseamos conocer la verdadera imagen del islam, entonces debemos estudiar la época del Santo Profeta Muhammad (sa) y sus cuatro sucesores rectamente guiados.

Sus ejemplos benditos demuestran que el islam es una fuente de paz y justicia que consagra la libertad y el pluralismo religioso universal. Por ejemplo, durante la época de Hazrat Umar (ra), el segundo sucesor del Santo Profeta (sa), el islam se extendió a Siria donde se formó un gobierno musulmán. Sin embargo, tras un ataque del imperio romano, los musulmanes se vieron obligados a abandonar el país. La historia es testigo del hecho de que su salida provocó lágrimas en los ojos de los cristianos que vivían en Siria, y oraron fervientemente para que los musulmanes retornaran, porque habían sido testigos de cómo el gobierno musulmán siempre había protegido sus derechos.

Y, por tanto, es un motivo de profundo lamento y tristeza que los gobiernos y líderes musulmanes actuales hayan olvidado las verdaderas enseñanzas de su fe, y solo se preocupen de su propia lucha de poder e intereses personales. Sus injusticias y crueldades han causado que aumenten las frustraciones entre sus propias poblaciones y, consecuentemente, estas injusticias han impulsado la creación de grupos terroristas y extremistas.

En cualquier caso, en estos momentos difíciles, las grandes potencias y las instituciones internacionales tienen la responsabilidad de actuar con justicia en todo momento. Dondequiera que surja un conflicto, las organizaciones internacionales, como las Naciones Unidas, deben actuar imparcialmente y equitativamente; y su única motivación debe ser el establecimiento de la paz y la reconciliación entre todas las partes. La verdad evidente es que, si las naciones y los grupos hubiesen actuado con justicia en el pasado, entonces el desorden y la inestabilidad que vemos hoy día no se habría producido y, ciertamente no tendríamos que enfrentarnos a la actual crisis de refugiados.

Otro principio islámico especialmente significativo es el que se recoge en el capítulo 23, versículo 9 del Sagrado Corán donde se declara que los verdaderos musulmanes son aquellos que están atentos a cumplir con sus pactos y alianzas y tratan de cumplir con las responsabilidades que les son confiadas. En mi opinión, este principio no es solo para los musulmanes, sino que es un principio universal para todas las personas y naciones. A todos los gobiernos e instituciones internacionales se les confían enormes responsabilidades, y es la obligación de sus líderes asegurarse de que lo cumplen con honestidad, integridad y justicia. Además, es responsabilidad de los gobiernos y de los políticos servir a su gente y proteger el futuro de sus naciones, y nunca se debe tomar este trabajo a la ligera. Similarmente, los objetivos principales que se establecen en la Carta de las Naciones Unidas son “proteger a las generaciones futuras de las catástrofes de la guerra”, “vivir juntos en paz” y “mantener la paz y seguridad internacional.”

La Carta de la ONU específicamente declara que sus objetivos están justificados por el deseo de proteger a la humanidad de los errores que nos llevaron a las dos guerras mundiales del siglo 20. Tras haber asumido esta enorme responsabilidad, las Naciones Unidas deben tratar de cumplir con estos nobles objetivos, y valorar realmente la paz del mundo como el problema más importante de nuestra época. Pero lamentablemente se ignora esta responsabilidad.  Sigo manteniendo que, si todas las partes comprenden sus responsabilidades, y actúan con justicia, y cumplen con los derechos de los demás, aún hay tiempo para que las nubes oscuras de la guerra, y el conflicto que nos acecha desde todas partes, pasen de largo y se alejen en la distancia.

Por tanto, de nuevo aconsejo a todas las grandes potencias del mundo que se esfuercen plena y seriamente por establecer la paz mundial. Que Al-lah otorgue sabiduría a la gente del mundo, y permita a la humanidad que deje a un lado los intereses personales en favor del bien común. Si fracasamos en esta responsabilidad, entonces como ya he mencionado en numerosas ocasiones, el mundo continuará dirigiéndose rápidamente hacia una nueva guerra mundial cuyas repercusiones podrían perdurar fácilmente durante varias generaciones, ya que hay varias naciones que tienen en su poder armas nucleares. Las consecuencias de una guerra de esta magnitud son inimaginables.

La pregunta que todos debemos hacernos es, ¿deseamos dejar atrás un mundo mejor donde puedan vivir nuestros hijos y generaciones futuras? ¿O deseamos entregarles un legado de guerras, derramamiento de sangre, inmenso dolor y tristeza?  Que Al-lah proteja a la humanidad, y tenga misericordia de nosotros, y permita a todo el mundo actuar con justicia, sentido común y buena fe con los demás, para que podamos proteger a nuestros hijos y a las generaciones venideras.

Con estas palabras, me despido de ustedes, pero antes de hacerlo, de nuevo me gustaría agradecerles que hayan aceptado nuestra invitación. Que Al-lah les bendiga a todos. Muchas gracias.”

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